Ayer, las abatidas huestes socialistas recibieron la visita del abuelo Cebolleta, como lo calificó un indiscreto micrófono, del propio Felipe González, que tuvo a bien sacar una de sus más viejas cazadoras del armario para demostrar el enorme aprecio que le une a su amigo Rubalcaba, pese a que Felipe vuela ya ingrávido por el edén que todos sueñan, porque, aunque no se trate exactamente del paraíso socialista, el deseo no tiene límites.
No es rara la presencia de Felipe cuando el negocio amenaza quiebra. Su figura produce tanto entusiasmo como estímulo, porque todo socialista lleva en su mochila el bastón que le pueda convertir en titular indiscutible de la jet set global, y en asesor áulico del mayor millonario del planeta, pero es que además, Felipe no puede perderse un aquelarre en el que se anuncien medidas para poner en su sitio a los levantiscos, más impuestos a la clase media, nuevas tasas sobre el alcohol y el tabaco, y una imaginativa eliminación de las deducciones a las empresas por los gastos en cubrir los seguros de enfermedad de sus empleados. Todo para el pueblo, como se dijo en la primera gran incautación de la democracia, a las semanas de tomar Felipe los mandos del país.
Como hay poco de lo que presumir en estos ocho años de pesadilla, Felipe se atuvo a los principios, a lo básico. Les exhortó a pasar al ataque, a presumir de lo que han hecho, como si hubieran hecho algo que fuese digno de loa.
El PSOE de 2011 se refunda sobre una síntesis entre la guerra sucia del GAL, y la colaboración con banda armada que supone la chivatada del Bar Faisán, de manera que no se diga que los socialistas no tienen soluciones. Lo malo de sus soluciones es que siempre coinciden en violar la ley, en colocarse por encima del bien y del mal, en parapetarse más allá de cualquier control haciendo una peculiar e interesadísima interpretación de lo que es la soberanía, que queda convertida, en sus manos, a que se haga su caprichosa voluntad más allá de cualquier clase de controles.
Los gobiernos socialistas han sofocado sistemáticamente la poliarquía, algo esencial a cualquier democracia, sometiendo sin miramiento alguno a las instituciones que tratan de cumplir con su papel constitucional, para que la Justicia no pueda tocarles, para que la Prensa permanezca callada, para que nadie se atreva a imputarles nada de lo que han hecho porque consiguen que el disimulo y la ocultación lo tape todo, o casi todo, que los tribunales, en los que se han introducido con las peores mañas, amplíen enormemente el rango de la presunción de inocencia cuando se trata de uno de los suyos.
Esa enorme dedicación a la martingala y el oscurecimiento de lo que realmente hacen les permite seguir defendiendo sus retóricas habituales, afirmar que su política consiste en acrecentar los derechos sociales, incluso cuando recortan las pensiones, bajan el sueldo de los funcionarios, cosa de la que no había registros en los anales de la vieja España, o suben alegremente la edad de jubilación para evitar los malos pensamientos que siempre trae consigo el ocio.
La presencia de Felipe González y el ungimiento de Rubalcaba como nuevo líder y como candidato pone fin a una etapa de socialismo que no ha sido mejor porque ha sido todavía más cutre y ruin, más incompetente, pero sería un error pensar que al liberarnos de Zapatero y su corte milagrera el socialismo español vaya a parar en nuevas manos, en alguien que pudiera hacer que España contase con una izquierda creativa, decente, patriótica y responsable. El relevo del ayer lo toma el anteayer. El único consuelo es que, de momento, no parece que vayan a tener mucho que hacer en el mañana, pero que lo intentarán, como siempre, por las buenas o por las malas.
Publicaciones digitales, propiamente dicho
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