El Papa más culto y sensible a los argumentos de los últimos siglos ha dado un paso que, en verdad, puede considerarse revolucionario, aunque la palabra esté tan gastada y tenga connotaciones muy inadecuadas al caso. No soy quien para indagar en las causas, si es que existe tal cosa en las decisiones de los hombres, pero sí me atrevo a decir que su gesto es ejemplar y que le debemos una gratitud muy especial por su valor al actuar como lo ha hecho. Creo que mostrar que el poder no es nunca lo más importante merece toda clase de aprecios. La conciencia es lo que cuenta, y no abundan ni el valor para reconocerlo, ni el coraje para actuar conforme a sus exigencias, tampoco en la Iglesia, por desgracia.
Circos de siete pistas
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