El viernes por la tarde me fui a Logroño, a conmemorar el tercer aniversario de la UNIR, y lo hice en autobús: una pesadilla de viaje, largo, incómodo, de horario incierto y, sin duda, peligroso. Hoy he debido regresar a Madrid en tren: una delicia de viaje, corto, muy muy cómodo, seguro y puntualísimo. El tren de Logroño tiene, sin embargo, dos inconvenientes graves: resulta mucho más caro que el autobús, lo que es disparatado desde el punto de vista de los intereses generales, y tiene unos horarios que ni puestos por el sindicato del transporte de viajeros por carretera, y a lo mejor no digo ninguna tontería. Por ejemplo, para venir hoy de Logroño a Madrid había una única posibilidad, coger un Alvia a las 7,50 de la mañana, lo que, para ser sábado, no parece un horario muy comercial.
Es absurdo que no haya más de un tren, el domingo ninguno, por cierto, con la excelente infraestructura que tenemos y sacándole el tren más de hora y media de ventaja a cualquier fórmula de viaje por carretera en el trayecto entre Logroño y Madrid. Esto podría ser comprensible hace treinta años, pero no ahora cuando disponemos de unas infraestructuras magníficas, pero infrautilizadas, y de una flota de trenes excelente, pero sin apenas uso. Así se explica , por ejemplo, que siendo España el país de Europa con más kilómetros de alta velocidad (superamos a Francia en 160 kilómetros de vías de este tipo) nuestra utilización de este servicio, cuyo mantenimiento es muy caro, sea casi nueve veces menor que la de los franceses, y no hablo de memoria sino tras consultar los datos disponible en la página de la UIC o unión internacional de ferrocarriles. Se trata de una situación disparatada que hay que esperar sepa corregir un gobierno algo más atento a las cosas del común que el de nuestro inspector de nubes.
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