Aunque Divar tenga que marcharse, hablaremos hoy de fútbol

Ahora que la Liga ha terminado, es un buen momento para pensar un poco en la situación de nuestro fútbol, lejos de las pasiones que lo colonizan, y que le hacen perder buena parte de su auténtico interés, sin que tampoco ayuden nada a cualquier otra cosa. El deporte es un rito en el que juega un importante papel la regla y el anhelo de la objetividad posible, algo que suelen pisotear los aficionados que solo saben ver la lucha a muerte detrás de las bellas maniobras que se ejecutan en el césped.  El fútbol de boquilla, maniqueo, cerril y torpe, le hace menos bien de lo que pueda parecer al fútbol de verdad.
El fútbol español es excelente, sin duda, y buena prueba de ello es el palmarés reciente de la selección nacional, los trofeos europeos de los clubes y la expectación mundial ante nuestros partidos. Pero el fútbol nacional tiene también algunos graves defectos que sería bueno tratar de aminorar. El primero de ellos tiene que ver con el abismo que separa a los dos grandes del resto y que priva a los aficionados de mayores dosis de competitividad y de incertidumbre que son los dos grandes valores del fútbol, un deporte en el que los resultados deberían ser más impredecibles de lo que son cuando se juega contra un grande. Los 100 puntos del Real Madrid no son solo una hazaña, son la muestra evidente de que algo no va del todo bien en la Liga española, de que hay una excesiva desigualdad, un abismo entre los dos primeros y los demás. Esta diferencia revela el éxito del Real Madrid y del Barça en la gestión de sus equipos, pero muestra también una disparidad de condiciones en la pugna deportiva que habría que corregir. No es lógico que compitan en el mismo Torneo equipos que multiplican por muchos enteros el presupuesto del resto de equipos. Eso puede y debe corregirse regulando de otro modo el reparto de los ingreso por televisión, tal como se hace en otras ligas europeas que son más competitivas que la nuestra, y no necesariamente menos brillantes, como se ha visto este años, sin ir más lejos.
El ejemplo de la NBA debería tenerse en cuenta como modelo: el espectáculo y la profesionalidad no están reñidos con reglas que defiendan una cierta equidad económica y permitan una competitividad más deportiva que financiera.
Otro aspecto negativo de nuestro fútbol es el de las irregularidades y opacidades que rodean el mercado futbolístico y la vida de algunos clubes. Que haya equipos que gastan sin tener dinero, que deben dinero a Hacienda, o a los jugadores, que están llenos de trampas y tapujos no debería seguirse consintiendo. Del mismo modo que hemos tenido una burbuja inmobiliaria, vivimos encima de una burbuja financiero-futbolística que no deberíamos alimentar por más tiempo. No me extrañaría que las autoridades europeas, futbolísticas o no, estén empezando a pensar que hay que intervenir en nuestro fútbol del mismo modo que han tenido que ocuparse de nuestras finanzas. 
El fútbol español vive un momento realmente luminoso, seguramente sin parangón en una historia, que ha sido, en general, muy brillante. Hay que tomar medidas para que pueda mantenerse e incrementarse  el nivel de calidad, para que aumente la competitividad de los equipos menores, y con ello el interés de la mayoría, y para consagrar unos niveles de limpieza competitiva y de respeto a las reglas que, francamente, pueden mejorarse.
El fútbol, guste o no, es uno de los temas que más tiempo e interés ocupan en la vida de muchos españoles y, por ello, es un asunto de indudable importancia política. Refleja cómo somos, y es un espejo  en el que nos miramos, de manera que una sociedad consciente debiera procurar que la equidad, la ejemplaridad y las virtudes cívicas se cultiven en los estadios. Nos proporciona muy legítimos argumentos para la autoestima y el orgullo, pero también ofrece aspectos menos admirables y esos son los que hay que corregir. Sería absurdo pretender que el dinero o, más en general, los poderes económicos y políticos, no jugasen un cierto papel en un deporte tan profesionalizado como el fútbol, pero es absurdo tolerar que el dinero y el poder tengan más influencia que la estrictamente inevitable. La poliarquía, el equilibrio de poderes, es siempre la garantía de la democracia, y el fútbol también necesita de una cierta poliarquía, de reglas que dificulten que el mayor poder económico se transforme inmediatamente en predominio deportivo, que los goles se puedan meter casi exclusivamente con la chequera, más todavía si la chequera se nutre, como ha sucedido en muchos casos, de ayudas públicas, de favores y corruptelas.
El fútbol español merece una atenta y responsable consideración de los políticos, un impulso reformista que le dote de mayor transparencia, competitividad y limpieza deportiva. Si además se consigue que las discusiones entre aficionados dejen de ser maniqueas y pasen a ser más sofisticadas y objetivas, la cultura política de los españoles habrá dado un gran paso adelante. El fútbol es demasiado importante como para dejarlo en las manos de sus dirigentes. 
[Publicado en La Gaceta]
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