Europa

Ayer asistí a una reflexión a tres voces sobre Europa; se trataba de personas ilustres: Shlomo Ben Ami, Emilio Lamo de Espinosa y Florentino Portero. Tras las intervenciones quedó claro que la cosa estaba entre mal y peor, pero seguramente mejor que su contraria, en cualquier caso. ¿Tiene arreglo esta Europa disminuida, despistada, triste, y perdida? Casi todos creemos que sí, pero no sabemos muy bien cómo hacerlo. Hay una falta de proyecto preciso, que es, para muchos, una carencia enorme, una especie de pecado original que nunca permitirá que los cálidos sentimientos que se reservan a la patria (y la capacidad de sacrificio que pueden atesorar) sean dirigidos hacia esa unidad tan variopinta y artificiosa que es Europa. Otros piensan que esa tara puede ser una ventaja competitiva, que se trata de experimentar, de abrir nuevas metas de convivencia y de paz a escalas nunca conocidas en el viejo continente. Convendrá que estos últimos acaben por tener razón porque, lo que resulta innegable es que gracias a ese invento heteróclito de la Unión (aunque no sólo gracias a él) estamos conociendo el mayor período de paz del que se guarda memoria en gran parte de lo que otrora fue un solar guerrero. El oficial Jünger ejerciendo de memorialista en su segundo intento de conquista de Francia recuerda cómo por allí pasaron también su padre y su abuelo en trances similares, casi trescientos años de guerra civil que se han interrumpido. Los datos estadísticos son, sin embargo, desalentadores: somos cada vez menos, y significamos cada vez menos. El mundo se ha hecho muchísimo más grande sin pedirnos permiso, y a veces parece que no queremos darnos cuenta de eso, como si todo pasara en esta pequeña esquina del mundo, y ya no es así.
Hay que reconocer a esta Europa el mérito de haber creado una tradición de paz y no únicamente una tradición de negociaciones confusas. Es posible que a la Europa que tenemos le falten ideales y ganas de vivir, que se esté suicidando, aunque más lentamente que Rusia: pese a ello no debiéramos olvidar lo muy útiles que nos están siendo sus jeribeques; precisamente porque los ideales que dicen servir son muy valiosos pueden abusar los burócratas. No les culpemos de carencias que también son nuestras. Europa requiere, desde luego, más debate, más imaginación, más audacia, cosas todas ellas que no pueden darse si no pensamos seriamente en qué Europa queremos que nos herede: está pendiente un poco de sueño, un deseo que avive la marcha y la percepción más clara del camino. Creo que la crisis nos está permitiendo dar un paso adelante, pero habrá que darlo y para eso hace falta líderes con grandeza, algo que siempre escasea.