El laberinto libio

Metidos de hoz y coz en una acción bélica que se justifica con una serie de eufemismos de corto alcance, los españoles deberíamos caer en la cuenta de hasta qué punto vivimos ensimismados, ajenos al mundo, a nuestro patio trasero. Ocupamos la frontera sur de una Europa desunida y apenas podemos escribir cinco nombres de ciudades norteafricanas; nuestra opinión pública lo ignora todo sobre un continente que se acerca en pateras, y nuestra acción exterior, si es que existe, se dedica a que el presidente de turno pueda hacer entradas bajo palio.
Uno de los secretos de nuestra crisis económica, de las dificultades que vamos a tener para salir de ella, es que los españoles ignoramos el lugar que ocupamos en el mundo y nuestros gobiernos se dedican a hacer y decir memeces en relación con el exterior, la última, pero no la menor, la de la Alianza de las Civilizaciones que no sé si servirá para poner una pegatina pacifista en nuestros cazas.
No es fácil saber qué puede acabar pasando en un conflicto tan oscuro para nosotros como el libio, y otros que puedan seguirle; lo único seguro es que nosotros no sabemos qué estamos haciendo allí y que somos incapaces de imaginar, siquiera, que es lo que pudiera venirnos mejor. Se trata de una situación perfecta para ensayar ante ella toda clase de declamaciones, pero en algún momento llegarán las consecuencias y, me temo, nos dejarán tan sorprendidos como impotentes. Yo no creo que éste sea el sino de España, pero estoy seguro que es el destino que merece una nación que se abandona a gobiernos tan menudos, a políticas tan lelas. 
¿Quieren colarse en el Pentágono?