En uno de sus últimos artículos, Arcadi Espada muestra su temor de que, debido a la fuerza expansiva de la red, acabemos confundiendo el periodismo con la publicidad. Creo que, efectivamente, se trata de un problema, aunque es un problema con muchas caras, una vieja dificultad a la que la red añade aceleración y eficiencia, esto es, confusión.
En una entrevista que le hizo Gaceta de los negocios, Jack Dorsey, uno de los fundadores de Twitter insistía en que lo que él ha creado es un medio de comunicación, una herramienta: mala cosa es corregir a los millonarios listos, pero no es lo mismo una herramienta que un medio de comunicación, y ese es el error que se comete tantas veces. Una herramienta te permite hacer algo, un medio de comunicación es una institución y ahí acaba la tecnología y empieza, o debería empezar, la moralidad, la racionalidad, la democracia y la ley.
La Prensa, pero no solo la prensa, puede ser víctima de esta clase de confusiones. Hace años Wittgenstein hizo una parodia de algunas ideas sobre la verdad comparándolas con un individuo que, al leer una noticia, saliera a la calle a conseguir más ejemplares del mismo periódico para comprobarla. La credibilidad exige contrastes y puede perecer si el único criterio es la abundancia. No estoy clamando por ningún poder absoluto, pero sería necio desconocer que no podemos conformarnos con herramientas.
En la red no sobra libertad, pero faltan instituciones de referencia, lugares capaces de elaborar informaciones valiosas y críticas sobre lo que meramente se obtiene en fuentes primarias. Pasa en el mundo de la ciencia y en el de la noticia. Siempre que no sea fácil distinguir entre información y fuente, y entre distintos tipos de fuente, la información se confundirá con su contrario. Y eso no es algo que no deba preocuparnos. Creo que Rorty tenía razón cuando decía preocúpate por la libertad que la verdad ya se ocupa de sí misma, pero no me parece que eso equivalga a no discutir, justo lo contrario.