Lágrimas de Monago

Las lágrimas de Monago son tan expresivas como la escena más explícita, porque permiten tocar una de las raíces de la corrupción, la opacidad sin posible control, la confianza que se conceden a sí mismos los que tendrían que ser no vigilantes sino vigilados. Resulta que Monago viaja a ver a su novia, pero lo hace bajo el amparo de su condición de parlamentario que le concede cuantos viajes quiera, sin control alguno. Monago ha hecho trampa, apenas cabe presunción en contra, pero una falta que no puede ser ni comprobada ni sancionada, piensa él, no es nada que deba preocuparnos.  
La ética de Monago es, en este punto, extremadamente vulgar: para él, como decía Mencken,  la conciencia moral sólo es esa voz interior que nos advierte que alguien puede estar vigilando. Si nadie vigila, nada hay que evitar. ¿Cuántos Monagos hay en el Parlamento? Acaba de aparecer otro por Teruel, pero son seguramente incontables e irresponsables de su liviandad, porque es de necios suponer que nadie hará nunca nada inconveniente aunque no exista ninguna vigilancia. 
Por otra parte, Monago se defiende bien, en pura lógica: los viajes privados los pagó él, y si no los pago él es que no son privados, lo que quiere decir, una vez más que no sabemos con quién estamos hablando. 
Los aplausos del PP a las lágrimas de Monago son una muestra más de la infinita simpatía que el poder siente por sí mismo, faltaría más. 
Segunda mano