El siniestro carnaval de Bildu


Desde que Bildu ha accedido al poder en diversas instituciones vascas y navarras, no ha cesado un solo día en su empeño de burlar la ley para establecer un régimen político al margen de cualquier control que no sea el de ETA, y someter, empleando toda clase de recursos, a una férrea dictadura cultural y simbólica a las poblaciones en las que gobierna para desgracia de la libertad política y escarnio de cualquier atisbo de pluralismo y libertad personal.

El aberrante teatrillo escenificado días atrás en la localidad Navarra de Alsasua no puede considerarse simplemente como un divertimento de mal gusto, que lo es, porque es, también y clarísimamente,  un paso más en esa tarea de deslegitimación del Estado que, tras la infausta legalización de Bildu, se está llevando a cabo usando los medios y los caudales que el mismo Estado les proporciona.
 
Quienes siempre hemos sostenido que la legalización de este grupo constituyó un error político de enorme alcance, no podemos consolarnos pensando en que tuvimos razón, porque el conjunto de actos y manifestaciones que estos sujetos están protagonizando sobrepasa en mucho lo que una sociedad que no sea masoquista puede soportar. No basta tampoco con afirmar, faltaría más, que ni uno solo de los soldados de España van a abandonar ese territorio, hay que revisar con lupa cada uno de estos actos, y aplicar diligentemente la ley. La cobardía y la aparente indiferencia de las instituciones democráticas, se puede convertir en un acicate para que estos elementos continúen en su escalada agresiva, y en una muestra desoladora de falta de dejación para cuantos tienen que soportar las actuaciones de estos payasos, metidos a políticos por la candorosa ingenuidad, si es que no ha sido algo mucho peor, de una sentencia gravemente desafortunada.

Está muy bien que el Gobierno navarro proteste de manera oficial de los actos de Alsasua, pero si se queda todo en una protesta lo que haremos es certificar que lo que hacen no nos gusta, cuando lo que hay que impedir es que, con recursos que pagamos entre todos y no solo sus militantes,  se burlen de las instituciones, de la libertad, de la democracia, de las fuerzas armadas, de las fuerzas de seguridad, de los símbolos nacionales y de la persona del Rey. No se trata de que no nos guste, sino de que no se puede consentir que instituciones públicas apadrinen y promuevan tratamientos vejatorios, y no podemos ponernos un velo en los ojos para dejar de advertir que todo eso, como la quema de la bandera nacional y de un retrato del Rey en la Díada catalana,   constituyen agresiones programadas a las que hay que poner freno para que los españoles podamos seguir viviendo en libertad.

Los hechos de Alsasua dejan la  evidencia de que Bildu está desarrollando un plan de agitación, bajo la batuta de ETA, al que hay que poner coto. Para ello, lo primero que debiera de pasar es que no se cometiese error sobre error  legalizando a Sortu, pero eso tampoco basta. Es necesario que el gobierno establezca un plan de acción que garantice el pleno respeto a los símbolos e instituciones de la democracia y de la patria, y a la persona del Rey, en todo el territorio nacional, y no hay excusa para hacerlo cuanto antes. Junto a la crisis económica, este desafío constituye una gravísima amenaza a nuestro futuro, y hay que actuar sin falsas excusas. El gobierno que no ha dudado en reformar la Constitución por necesidades económicas, no puede contentarse con mirar para otra parte,  porque, tampoco en este caso, sus previsiones sobre el escenario no están siendo las que imaginaron.


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