Martin Gardner

[Martin Gardner, Copyright: MFO]


Martin Gardner ha muerto, el pasado 22 de mayo, en su tierra natal de Oklahoma, a los 95 años. Aunque hace ya tiempo que echábamos de menos su presencia, sobre todo desde que dejó de escribir su maravillosa columna de entretenimientos matemáticos en Scientific American, saber que estaba vivo era una especie de consuelo, como siempre lo es la certeza de que hay personas inteligentes, decentes y divertidas.
Como lector de Gardner, le guardaré una gratitud imborrable porque me ha hecho pensar con intensidad, de la única manera que realmente merece la pena. Ya había leído unas docenas de sus libros y de sus columnas de juegos matemáticos cuando me enteré, con gran asombro por mi parte, de que no tenía una formación matemática, sino filosófica. Como soy de este último gremio, me vi obligado a sospechar que Gardner era un auténtico genio por la soltura con la que se manejaba con temas matemáticos complejos, lo que acentúo mi admiración y supuso una ayuda impagable para calibrar de manera más exacta mis, supuestos, méritos intelectuales. No es difícil ser algo más humilde viendo lo que ha hecho Gardner.
Al saber que era colega, me lancé sobre su obra filosófica y no quedé defraudado. Su lectura me hizo volver sobre Unamuno, el pensador que más encarecidamente cita en sus divagaciones (así las llamaba él) filosóficas, tan malentendido y desvalorizado. La filosofía de Gardner no es, no podía serlo de ningún modo, escolástica y académica, sino hondamente humana. Sabe muy bien señalar cuando nos encontramos ante un problema, y no tiene ningún pudor para manifestar su ignorancia acerca de la solución razonable del caso. Aunque su formación era americana (con gran peso de la tradición empirista, pragmatista, incluso analítica), sus intereses eran enteramente universales, humanistas.
Gardner que era un gran admirador de los juegos de magia, detestaba, sin embargo, la magia intelectual, los juegos de palabras, el fraude conceptual. Dedicó parte de su esfuerzo a ridiculizar algunas de las supercherías más famosas, como la telepatía o los platillos volantes, pero eso no le impedía interesarse por las cuestiones que están más allá de la ciencia, por Dios, por ejemplo, un asunto que, pese a ser creyente, se planteó con su característica honestidad y rigor.
Sería difícil señalar qué lecturas de Gardner me han interesado o me han divertido más: recuerdo todas ellas asociadas a instantes de intenso regocijo, a una luz de esperanza. Descanse en paz: le imagino eternamente dedicado a enigmas aún más hermosos que los que le ocuparon en esta vida.