Cuba y la desfachatez de nuestra izquierda

Herman Terstch dijo el otro día que Moratinos parecía el ministro de asuntos exteriores de Cuba. Me parece un retrato perfecto y así lo recojo. Tiene bemoles que nos hayamos acostumbrado a que el régimen dictatorial de los Castro tenga que ser tratado como una cosa normal, más que normal, enteramente admirable. Moratinos ha dicho que no hay que imponer caminos a Cuba, supongo que para que puedan seguir mandando los mismos que le reciben como a la más preclara mente del mundo internacional. Que Europa, a quien representamos, menosprecie a los disidentes, a quienes claman por la misma libertad sin la que nosotros pensaríamos tener derecho a cualquier exceso, es incomprensible e intolerable. Están tratando de convencernos de que lo de Cuba fue una ridícula obsesión de Bush, y de Aznar, por supuesto.

Moratinos no es más que un mandado, sin embargo; tras de él está la poderosa inteligencia galáctica de nuestro presidente que tiene en la cabeza un mundo perfecto y está deseando contárselo a Obama, a la primera de cambio. Zapatero podría definirse como un comunista reprimido, como alguien que cree, por encima de todo, que las democracias occidentales, el capitalismo, la libertad política y el cristianismo, pero no el Islam, son invenciones que ocultan la desigualdad, la explotación y la miseria de los oprimidos, mientras que regímenes como el cubano han mostrado la posibilidad de que “otro mundo es posible”. El Zapatero más coherente es el que intentaba pactar con los chicos de la bomba para convertirlos en una especie de guardias rojos de la revolución pendiente, de esa peculiar liberación que consiste en que todo el mundo tenga que ser igual, pensar igual, y sentir igual; de esta manera, sin violencias, se admirará profundamente a los héroes de la igualdad, a los apóstoles de la no dominación, a Zapatero como su encarnación, como el hombre que todo lo arregla en España, y todo lo emancipa, en cualquier parte, menos a los cubanos, que ya lo hizo Fidel.