La credulidad

Las personas necesitamos creer, y no hay nada especialmente malo en ello. Desde la infancia aprendemos a hacerlo y tener la pretensión de no creer en nada es una ingenuidad bastante grande, esa bendita inocencia de la que habló el poeta. Lo peligroso no es, por tanto, creer, sino la manera de creer y las cosas en que se puede creer. La credulidad es de hecho una mercancía de enorme valor político y mercantil, y suele ser explotada de manera inmisericorde por los que dominan esos resortes. Un campo en el que la credulidad juega un papel mucho más importante del que se pueda pensar es el uso de tecnologías, y se da la paradoja de que algo que se apoya en un realismo fuerte, no hay tecnología de lo mágico y lo irreal, se convierte en un potente catalizador de la fantasía: pues bien, es la credulidad quien hace de puente entre dos pilares tan opuestos.