Es un caso raro, pero podría ser mucho más común, incluso en sitios menos serios que Alemania. Que un funcionario se de cuenta de que no ha hecho nada en muchos años es un claro ejemplo de la capacidad de la mente humana para resistir al deterioro. Ahora deberíamos desear que algún otro funcionario, de los muchos miles que sí trabajan, sea capaz de llegar a un grado de conciencia superior, a reconocer que lo que ha hecho no servía, en realidad, para nada. Así, a bote pronto, entre los que no hacen nada y los que hacen algo que para nada sirve, creo que llegaríamos fácilmente a dos tercios del empleo público, pero eso supondría la muerte de los sindicatos y de la misma izquierda, una debacle intolerable.