Se ha criticado mucho que, Sergio Martín, el entrevistador de Pablo Iglesias en 24 horas de TVE le preguntase al líder de Podemos que si estaba de enhorabuena por la liberación de etarras. Es evidente que la pregunta no tiene la mejor de las intenciones, pero no se puede dar por sentado que los entrevistadores tengan la obligación irremisible de tratar con mano de seda a sus entrevistados. Lo sorprendente es que esto lo haga un entrevistador, digamos, de derechas a un político, digamos, de izquierdas: el gallinero se encrespa, pero ese mismo gallinero se encocoraría, sin duda alguna, si un entrevistador de esa misma TV, o de otra, fuese amable o especialmente deferente con un político de derechas. Esta es la esencia del asunto, la desigualdad en nombre de la igualdad: no se puede acosar a un líder benéfico (de izquierdas) y hay que poner en un aprieto a un líder maléfico (todos los demás).
Aún hay otra capa de protección psicológica bienpensante respecto a estos voceros de la revolución pendiente. Por lo visto se puede propugnar, como ha hecho PI que los etarras abandonen la cárcel puesto que ETA ya no está activa, pretensión muy discutible tanto desde el punto de vista de los hechos como del de la Justicia, pero no se pueden sacar las consecuencias, es decir, que PI pide la excarcelación de etarras, pero si eso llega a suceder no se puede preguntar si se encuentra satisfecho. El fondo argumental implícito es más recio de lo que se puede suponer, indica, nada menos, que las gentes de izquierda son responsables de sus utopías, pero nunca de los resultados de su aplicación. Así, cualquiera: la culpa siempre es de los demás, nuestra.