Nuestro muy emotivo Ministro de Justicia va camino de ser un incomprendido, tal vez por no haberse dedicado a la música, campo en el que, dados sus brillantes ancestros, muy bien podría haber dado rienda suelta a un numen tan romántico. No le entienden bien ni jueces ni fiscales, y, ahora, por donde menos esperaba, se le ha abierto un nuevo frente al ministro de las tasas y los sentimientos.
Un ciudadano tan escasamente atrabiliario como el profesor Andrés de la Oliva, que algo sabe de derecho procesal, ha decidido publicar la primera traducción al español de un escrito de Bentham titulado «Una protesta contra las tasas judiciales», y hay que reconocer que la ocasión la pintaban calva. ¿Y qué le puede importar a nadie lo que pueda decir un tal Bentham? Pues resulta que Bentham, que no pecaba precisamente de conformista, acertó a enhebrar una serie de impecables argumentos contra las tasas que son de aplicación lógica e inmediata en cualquier parte, y lo son porque se fijan en lo esencial y no en las coyunturas, esas ocasiones que sirven, al parecer, para que donde se dijo digo se diga Diego, y todo el mundo tenga que aplaudir tan peculiar sentido del deber.
Concluye Bentham diciendo: “que una tasa judicial es la peor de todas las tasas actuales o posibles, que para la mayoría constituye una negación de justicia y que, en el mejor de los casos, es una tasa sobre la aflicción; que impone la carga, no donde hay más, sino donde hay menos abundancia de recursos, que coopera con cada daño y cada delito […] y que lejos de ser un freno a la litigiosidad la promueve”. Tiendo a pensar que Gallardón que es tan social, al menos, como Montoro, desandará sus yerros, al no preocuparle otra cosa que la Justicia y el éxito de Rajoy.
Sobre ciertos usos imprescindibles del papel
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