Los españoles tendemos a imaginarnos como gente desordenada pero creativa; yo no tengo esa visión tan optimista. No pongo en duda que podamos ser creativos, como casi cualquiera que se ponga a ello, pero me parece que, entre nosotros, abunda el tipo que hace las cosas a medias, que está encantado de conocerse y vive como si el mundo en rededor no existiese. Me pasma, por ejemplo, que se le pregunte a un empleado de cabina de una autopista cuál es la mejor salida para Valdemucientes o para Fresnedosa del Alcázar y nos mire como si fuésemos gente extrañamente curiosa y con ganas de molestar para decirnos, finamente, que no tiene ni idea. Seguramente piensa que no le pagan por informar. En cierta ocasión estuve en un pueblo mediano que alberga un descomunal monumento del Siglo XVI y no conseguí que nadie me pudiese decir dónde estaba exactamente, incluso estando a punto de romperme las narices con sus paredes.
Creo que esa tendencia a la rutina y al no molestarse, que es, por supuesto, perniciosa para cualquier empresa, lastra con gran frecuencia el éxito de las escasas innovaciones que se hacen por aquí. Es patético ver el inmenso número de páginas web, por ejemplo, que dicen estar en construcción (y llevan años en ello), o que llevan años sin renovarse, y eso para no hablar del extraordinario número de sitios en los que es imposible averiguar para qué empezaron a hacerse: pura rutina, mera imitación y vuelta a caer en la tentación de hacerlo todo a medias, en el “ya vale”.
Soy cliente habitual de un servicio de compra de entradas para espectáculos. El sistema de compra funciona razonablemente (aunque, por ejemplo, carece de memoria para reconocer al cliente habitual), pero la obtención de las entradas es un auténtico disparate; hay que pasar por un terminal de algunos Bancos y Cajas o abandonar nuestra suerte a unas máquinas endemoniadas estratégicamente escondidas en los propios locales del espectáculo, máquinas en las que suele haber cola y que, con frecuencia, leen mal o estropean las bandas magnéticas de las tarjetas. Se paga por no hacer cola, pero se acaba haciendo cola por haber pagado algo más.
Creo que deberían intentar que se pudiesen imprimir las entradas al tiempo que se compran. Pude hacerlo la semana pasada con entradas adquiridas a través de ese servicio en los Teatros del Canal, de manera que te llevas las entradas desde tu casa lo que es muchísimo más cómodo. No entiendo muy bien que se pueda hacer eso con billetes de avión y que no se generalice la opción en este tipo de servicios. Me parece que se trata de otra buena idea ejecutada a medias, lastrada por la pereza, la rutina, el miedo a la novedad… y el olvido de lo que puede ser más interesante para los clientes.
[Publicado en Gaceta de los negocios]