Hay veces que películas que, aunque no sean perfectas, nos hacen reflexionar seriamente. Eso me ha sucedido con State of Play (La sombra del poder), dirigida por Kevin Mc Donald. A un español le tiene que llamar poderosamente la atención que haya empresas, y personas que las sirven, cuyo interés primordial sea la buena información, averiguar lo que tantos quieren que no se sepa, tan acostumbrados como estamos a este nuestro mundo, estrecho y maniqueo, en el que todo es a favor, o en contra, y, además, se sabe desde el principio a favor y en contra de quién, por lo que, en realidad, no hay nada que investigar, sólo lo suficiente para montar un caso aparente. Claro que eso no solo lo hacen aquí una buena mayoría de medios, sino esos jueces, cuya obligación suprema debiera ser la imparcialidad que requiere la Justicia, pero que le han tomado la medida al sistema y se han dado cuenta de que tienen la llave de la cárcel para ayudar a quienes les aúpan.
El protagonista de la historia es un periodista, Cal McAffrey (Russel Crowe), que se ve metido en un complejo conflicto de intereses cuando se encuentra ante un caso complicado en el que se mezcla la gran política (lo que seguramente quiere reflejar el curioso título español), la crónica de sucesos (que es su oficio) y unas relaciones personales suficientemente complicadas.
Cal McAffrey, un periodista bien interpretado por ese camaleón que es Russel Crowe, se encuentra ante un frente múltiple. En primer lugar, tiene que hacer su trabajo y atender a los intereses de su periódico que, lógicamente, está en crisis, y desea vender ejemplares a costa de un caso que, a primera vista, implica sentimentalmente a un miembro del Capitolio. McAffrey se encuentra con que el caso afecta a un viejo amigo de la Universidad y, además, sospecha que hay en él más de lo que aparece a primera vista. Se enfrenta con la editora porque no entra a refocilarse en la explotación sensacionalista del adulterio, y es capaz de aguantar la presión para buscar una verdad que, aunque parezca convenirle, le complicará la vida, porque habrá de poner en juego sus ideas políticas, sus relaciones personales y su seguridad, pero, al final, la opinión pública podrá conocer una verdad más completa, y recompensará con su apoyo al medio que ha invertido en encontrarla, por debajo de las apariencias, los tópicos y los comunicados.
Aún en crisis, la ética del periodismo parece estar viva para los guionistas de Hollywood (aunque la película tiene su origen en una serie inglesa). Robert Dahl subrayó la importancia de la poliarquía para sostener la democracia: debería ser preocupante para los españoles la escasez de periodistas independientes (lo que no debería ser un oxímoron) y que los grandes medios que han aparecido en estos años (La Sexta, Público) no han venido a hacer más plural la oferta sino a auxiliar raudamente al vencedor: en eso ha venido a dar nuestro quijotismo.