Cansancio electoral

Parece existir un acuerdo general en que la participación en las elecciones europeas va a ser muy baja, y hay también una cierta conformidad en el tenor previsible de los resultados. Asistimos a una nueva ritualización del enfrentamiento entre los dos partidos mayoritarios, mientras los pequeños lamentan su impotencia para aparecer en una atmósfera tan cargada y poco estimulante. 

Para colmo de males, en esta elección apenas se habla de lo que se supone que la motiva, del Parlamento europeo y de la situación de Europa. El otro día me decía un amigo, con amplia experiencia política, que si se hablase de eso la participación sería aún menor. Me temo que tenga razón, pero todo esto configura un panorama escasamente alentador, un agostamiento de la democracia que, si las cosas se ponen peor, podría, sencillamente, acabar con ella, terminando incluso con esta pálida imagen de una democracia viva que nos dan nuestras renqueantes instituciones. 

Europa es una realidad decadente, sin apenas vitalidad, una sombra, un elefante que se sostiene en píe sin que se sepa con claridad si continúa vivo. ¿Es que acaso Europa tiene pocos problemas? De ninguna manera, lo que ocurre es que Europa entera vive bajo el ensueño de un ersatz de la paz perpetua que es enteramente irreal. La población europea, anestesiada por la prolongada cura de sueño del consenso socialdemócrata, no es consciente de hasta qué punto está perdiendo espacio y presencia en el mundo que está alumbrando este inicio de siglo. Sigue empeñada en una serie de debates sobre galgos y podencos, sin atreverse a constituir una auténtica realidad política, sin tomarse mínimamente en serio aquello en que dice creer. Como en las burbujas financieras, un sinfín de personajes y de personajillos viven opíparamente de estas ficciones sin hacer nada o prácticamente nada para que Europa pueda ser lo que debería ser, para que recupere vitalidad, debate y consciencia. Los europeos no sabemos tener en cuenta nuestra fragilidad, y seguimos hablando de Occidente sin advertir de que el Sol hace ya mucho que pasó sobre la línea del horizonte, y sin que hagamos nada por despertar, por ponernos en marcha. Hay ciertos europeístas que le echan la culpa de todo a Inglaterra, una mala disculpa.  Pocas cosas hay más interesantes que imaginar un futuro europeo, pero nuestros líderes no quieren que nos animemos, porque les va razonablemente bien con el corralito nacional y eso de asomarse al exterior, como advertían los trenes de antaño, puede ser muy peligroso para los altos intereses del sistema. 

Ese es el panorama general que se agrava con el caso de España. Tras Felipe González y José María Aznar, que, cada uno a su manera, se tomaron bastante en serio la asignatura, el actual presidente parece creer que Europa es Jauja, un lugar en el que los perros se atan con longaniza, una excelente plataforma para lograr la alianza de civilizaciones que conmueve su corazón, es decir, nada. Como tampoco la oposición hace nada especial en relación con el asunto, hemos vuelto a convertir la convocatoria en una especie de masoquista repetición de las últimas elecciones, pero sabiendo que el resultado no va a servir realmente de gran cosa. El entusiasmo del público es fácilmente descriptible ante un panorama tan incitante. Tener que pronunciarse una y otra vez sobre lo mismo es extenuante, y un principio de economía del esfuerzo lleva a jibarizar la participación, un resultado que los partidos dicen no desear, pero sin hacer realmente nada por cambiarlo. Los temas de la campaña están siendo esa gran cantidad de inteligentes improperios que se lanzan los líderes a propósito de temas tan candentes y decisivos para el futuro de todos nosotros como los muertos del Yak, los trajes de Milano, los soldados con gripe o la querella de no sé quién contra su equivalente de la bancada rival. 

Los partidos españoles han conseguido que los medios les fabriquen el programa, aunque, de paso, contribuyan al lento hundimiento de ese viejo negocio con sus reiteraciones. No es que los medios hablen de política, sino que son la política, fabrican las grandes cuestiones nacionales e internacionales con su poderoso ojo que todo lo escruta. Los partidos viven de declaraciones y de corrupciones y, en ambos casos, los medios lo son todo. Los partidos se convierten en agencias de espectáculos y llevan a sus actores principales en volandas para contestar lo que ha dicho el medio enemigo y que el amigo tenga algo que destacar en la portada o para enriquecer su telediario con imágenes plenas de vitalidad,  de imaginación y de iniciativa.   

Al margen de lo cómico de la situación, habría que pensar en revisar este quilombo que no interesa a nadie, ni a nadie persuade. Nos estamos jugando la democracia con esta clase de movilizaciones en el vacío y sin el menor atisbo de interés. La gente deja de participar porque los interesados sustraen del espacio público las cuestiones capaces de mover a la reflexión, como Europa, por ejemplo. 

[Publicado en El Confidencial]