El ogro narcisista

Octavio Paz comenzaba su análisis del, papel del Estado en un famoso artículo de 1978 con una cita de Ovidio (Metamorfosis XII, 843: Aspice sim quantus!, es decir,¡Mira cuán grande soy!”); el título del artículo, “El ogro filantrópico”, se refería al problema del Estado en México, pero recordaba una serie de cualidades primordiales del Estado mismo que continúan escandalosamente vigentes. Me acordaba del texto del maestro mejicano al leer estos días diversas informaciones sobre el perverso circuito que se ha establecido entre la Banca y el Gobierno, que tan pronto parecen primos como enemigos, para lucrarse del crédito sin que el común de los mortales pueda intervenir en ese círculo, para ellos, tan virtuoso. El Gobierno avala a la Banca, y la Banca compra deuda pública, un do ut des que podría ser casi perfecto si algunos chivatos, bien de la misma Banca, bien de la benemérita guerrilla de los periodistas económicos, no hubiesen dado el oportuno queo.

No sé si esta filtración producirá alguna clase de efectos en la opinión pública, pero me parece que, al menos, debiera de servir para que reflexionemos sobre la dinámica política en la que este Gobierno se envuelve y nos envuelve.

Octavio Paz empezaba su texto recordando las promesas que siempre ha suscitado el Estado moderno, tanto para los liberales, como, aún más, para los marxistas, quienes llegaron a suponer que el Estado acabaría simple y llanamente por desaparecer. Lejos de cumplir mínimamente con esas expectativas, el Estado no ha dejado de crecer y se ha convertido en un ogro, en “una fuerza más poderosa que la de los antiguos imperios y como un amo más terrible que los viejos tiranos y déspotas”. Paz creía que el Estado se comportaba, más que como un demonio, como una máquina, como un amo sin rostro y desalmado. El análisis de Paz, treinta años después, tiene que parecernos optimista, sobre todo porque su imagen de la máquina está troquelada en un momento en que las máquinas eran todavía bastante tontas. Hoy, la máquina del Estado es infernal, es decir, es inteligente y despiadada, pero además está dirigida intencionalmente, de manera que carece de cualquier neutralidad, ha aprendido a obrar casi en exclusiva en beneficio de quienes la gobiernan.

Volvamos al episodio del contubernio crediticio entre los Bancos y el Estado. ¿A quién beneficia? No desde luego a la gente que necesita dinero para sobrevivir o para iniciar nuevas empresas, no a la gente corriente. Tan solo a quienes gobiernan e, indirectamente, a sus coyunturales socios financieros. Mediante sistemas como éste, el Gobierno puede estirar casi indefinidamente su capacidad de endeudamiento, aunque llegará un momento, no muy lejano, en que se asustará hasta Elena Salgado, aunque intentase seguir dando muestras altivas de impavidez. Merced al crédito casi indefinido el gobierno ya no gobierna, se limita a sobrevivir. Paz ya se dio cuenta de que el Estado moderno es una máquina que se reproduce sin cesar. No hay reproducción sin alimento, y solo los necios pueden ignorar que el gobierno ni quita el pan a sus funcionarios, ni lo fabrica.

Hay una viejísima imagen de la tarea de gobierno que la relaciona con la función de llevar el timón en alguna de aquellas naves primitivas que se atrevieron a surcar los mares. Las palabras gobernante y timonel tienen el mismo origen griego. El gobernante es el timonel que se echaba sus espaldas el destino de los suyos para llevarlos a buen puerto. De ahí surgió una moral heroica que perdura en la ética de los capitanes de barco, “¡las mujeres y los niños primero!”, pero que ha desaparecido por completo del código ético de los Gobiernos, muy en especial del de Rodríguez Zapatero. Me refiero a sus acciones, no a sus proclamas, porque los Gobiernos pueden ser malvados, pero raramente son del todo necios. Por eso creo que la metáfora de Paz se podría modificar un tanto: el Estado se ha convertido en un ogro narcisista, en una máquina ciega para todo lo que no quiere ver pero muy atenta a sus intereses. Nuestro ogro tiene una parentela muy numerosa: muchos familiares, multitud de beneficiados, una infinitud de biempensantes adeptos que no están dispuestos a que nadie les retire de la corte en la que tan bien les va, o eso creen; ya no es, pues, un ogro aislado y terrible, aunque bien intencionado, sino un ogro de partido, incapaz de respetar y ponerse límites y, por ello, enteramente incivil, siempre atento a beneficiar a quienes necesita para seguir en el machito, un solipsista inevitablemente malévolo para cualquiera que se le resista, con cualquiera que le ponga pegas o le recuerde las verdades del barquero.

Muchos pensaran que esta imagen es excesiva para un hombre tan sonriente como Zapatero; pero él mismo es consciente de que su imagen pudiera inducir a algunos equívocos excesivamente ingenuos, y le ha recordado, por ejemplo, al señor Díaz Ferrán, que él es el presidente del Gobierno: ¿qué habrá querido decir?

[Publicado en El Confidencial]