De vez en cuando, pudiera no estar mal dejarse llevar por las tentaciones tecnofóbicas, y recrearse en la indignación que nos produzca cierto género de hábitos de quienes se pudieran llamar merluzos multimedia. Son como una especie de nuevos ricos de la tecnología de consumo, y la exhiben con la misma actitud obscena con la que las nuevas ricas lucían sus pulseras y collare, o los nuevos ricos pasean por la cubierta de sus yates de veinte metros surtos en Marbella o en Ibiza.
Me pasó hace un par de días al asistir en Madrid al concierto al aire libre del viejísimo, pero todavía estupendo, Burt Bacharach. Entre el público predominaban, lógicamente, los carrozas, como se decía en la época en que el bueno de Burt estaba de moda. El merluzo multimedia de turno ocupaba la localidad a cuya espalda hube de sentarme, y se pasó casi las tres cuartas partes del concierto grabando el evento en su telefonino, como dicen con gracia los italianos, de última generación.
¿Y a usted que le importa? Pues no mucho, la verdad. Solo dos pequeñas observaciones. La primera, que al levantar sus brazos para grabar cómodamente ocupaba indebidamente parte de mi campo de visión, y me obligaba a ver la ridícula y molesta imagen que estaba grabando. La segunda, que me cuesta trabajo imaginar que nadie pueda estropear un momento de agradable música en directo con la especie de supuesto gozo futuro que pudiera suponerle la contemplación de su video.
Hay mucha gente que prefiere su visión de las cosas a las cosas mismas y que, por tanto, prefiere transformarlas con su yo mediante; de este modo, el concierto de Bacharach se convertirá en sus manos en el concierto que yo grabé en determinada ocasión. Tal vez no lo vea nunca y, salvo que fuese un improbable genio del oficio, ese recuerdo visual será una auténtica basura porque, al menos en esta ocasión, no se daba ninguna de las condiciones que hubiesen permitido grabar con un mínimo de calidad. Además, y ya que se trata de una persona multimedia, seguramente podrá encontrar en la red grabaciones de Bacharach con muchísima mayor calidad. Nada de esto parecía importar mucho a mi merluzo multimedia, un género de personas que siempre está deseoso de dejar su impronta tecnológica en los acontecimientos en que la historia pudo contar con su decisiva participación.