Una política sin aliento

Decía Ortega respecto de la universidad española de su tiempo que era un lugar de crimen permanente e impune. Me ha venido el recuerdo a la cabeza al pensar en cómo está el debate político entre nosotros; a mi modo de ver, peor, mucho peor que la universidad orteguiana, e incluso que la nuestra.

Es tremendo que una parte muy importante de los que emiten juicios en público, de los que se suponen que tienen alguna autoridad, hablen sin saber muy bien lo que dicen, a derecha y a izquierda. Nuestra clase política está enferma de rutina.

Tómese, como ejemplo, el análisis de las supuestas medidas para combatir la corrupción en las que anda enzarzado el PP. Es cómico, si no fuera realmente de llanto. Lo primero que tendría que hacer un partido que de verdad quisiera acabar con la corrupción es empezar consigo mismo, y dejarse de mirar a los demás. Son los propios partidos los que están corrompidos cuando, por ejemplo, sostienen alcaldes cuya política, y no me refiero a ningún municipio pequeño, nada tiene que ver con con lo que el PP debiera defender y representar; también se corrompen cuando se toman a broma el mandato de la democracia interna, o cuando se nutren de fondos que saben que no son legales ni decentes. ¿Para qué seguir? En política, la moral del éxito a cualquier precio es enteramente incompatible con la decencia, así que la corrupción es, de momento, un fruto sazonado del sistema.

La democracia española está en el peor momento de su corta y no muy gloriosa historia. España sufre una epidemia de mentira, de falsedad, de disimulo, de hipocresía y de fantasías estúpidas que no tiene parangón. Si esto no se arregla desde dentro, a no mucho tardar tendremos que lamentarlo. No basta con querer que ganen los nuestros para que las cosas mejoren; es mucho más necesario que los nuestros lo merezcan, y, de eso, muy pocos se acuerdan. Estamos en la hora de todos, y cada vez valen de menos las disculpas. Si ahora no sabemos responder con generosidad y arrojo, nuestros hijos y nietos escupirán con toda razón sobre nuestras tumbas.