España húmeda, España estéril

He aprovechado estos días para hacer breves excursiones por el campo, y me he visto gratamente sorprendido por la abundancia de agua en todas partes; nuestra tierra tiende a convertirse en secarral, de manera que resulta consolador comprobar que cuando llueve todo se renueva, y parece que España se convierte en un paraíso.
Se me ocurre que esta abundancia de agua pudiera servir de metáfora política. Nuestra política es también un secarral: repetitiva, sin grandeza, con un nivel muy alto de corrupción, se reduce a unos enfrentamientos hoscos y bastante primitivos, sin interés, sin capacidad de interesar a la inteligencia ni de mover a la voluntad.
¿Qué le falta? ¿Qué podría ser equivalente al agua, o a su ausencia? Pues que la gente haga bien aquello que, según todos repiten, hacen mal los políticos. Nuestra política refleja muy bien los vicios de la sociedad española y, desde luego, no está en condiciones de servir de ejemplo, pero tampoco la vida española es ejemplar en casi nada. Cuando nuestras empresas, universidades, asociaciones, medios de comunicación sepan ser competitivos, independientes, críticos y decentes, estaremos en condiciones de producir políticos mejores que los que padecemos. Los militantes de los partidos, en particular, tienen mucho que aportar, especialmente aquellos, que los hay y muchos, que están en política por convicciones y no únicamente para trepar por la cucaña.
Ahora nos escandalizamos de los presuntos, y muy probables, delitos de Jaume Matas, pero hay que preguntarse si nadie de su alrededor advirtió nada raro, si nadie fue capaz de advertir lo que podía pasar y evitarlo, entre otras cosas porque si ha robado, nos ha robado a todos.
El agua que necesitamos en la política depende de nuestra voluntad de ser mejores. Lo que nos falta es intensificar nuestra participación en los diversos ámbitos, y hacerlo de manera exigente; sin mejorar en esto, la política española será inevitablemente un secarral.