Menudean los actos de apoyo al juez Garzón, entre sus incondicionales, que los tiene. Seguramente sentirán un grave quebranto al contemplar cómo un juez, que juzga conforme a prejuicios y sentimientos nobilísimos que debiera compartir cualquier ser humano decente, es decir de izquierdas a su modo, pueda ser sometido a la humillación de comprobar si sus criterios de actuación son compatibles con la lógica normal y/o con la letra de la ley.
En el caso de Garzón todo son presunciones a su favor. ¿Cómo iba a estar seguro Garzón de que Franco estuviese muerto? ¿Cómo iba a saber Garzón que mentes sucias irían a relacionar su tratamiento del caso de un banquero, del régimen por más señas, con el hecho de que le hubiese solicitado unos modestos estipendios para impartir lecciones de justicia universal en tierra de infieles? Yo me atrevo a sugerir que la carta de Garzón a Botín no fue redactada por él, sino, si acaso, por alguno de los funcionarios que merodean en su entorno, totalmente incapaces de suponer que nadie pudiera leer ese texto con malicia, dada su inocencia indeleble. Garzón la firmó como firma tantas providencias a lo largo del día. Visto de otro modo ¿quién puede pretender que un juez como Garzón viva en Nueva York con solo el sueldo de Madrid? ¿Acaso no resulta razonable y normalísimo que la Universidad le ayudase? ¿Acaso resulta inusual que las universidades de Nueva York busquen ayuda en financieros españoles? ¿Qué son 320.000 dólares, que se sepa, para un profesor tan extraordinario? ¿Quién puede sospechar de un mecenas tan desinteresado como Botín que destina gran parte de su presupuesto a ayudar a toda clase de conferenciantes?
Esperamos que cosas tan evidentes resplandezcan con el debido fulgor el jueves, y en los siguientes días, pero, por si acaso, que los compañeros no flojeen en la campaña de concienciación de la justicia, garzoniana, por supuesto.