El presidente del Congreso de los Diputados, José Bono Martínez, anunció recientemente la separación de su esposa Ana Rodríguez, amistosa y mediante acuerdo de las partes. Más allá del interés humano, la noticia tiene un notable interés político por su relación con la singular trayectoria de Bono como personaje público. Bono siempre ha dado que hablar y, recientemente, es seguro que más de lo que él quisiera. Su condición de socialista y su proclamación como cristiano, su supuesto españolismo y su rechazo al entreguismo de Zapatero a la causa del nacionalismo catalán, han dado lugar a numerosas polémicas. Sin embargo, lo que más revuelo ha ocasionado en los últimos meses es la revelación de la inaudita riqueza de un político cuya imagen había pretendido ser, hasta la fecha, popular y austera.
El copioso patrimonio inmobiliario y mercantil de Bono excede en mucho el alcance de sus elusivas explicaciones y su pretensión de que las noticias sobre su patrimonio formaban parte de una inexistente campaña de acoso es bastante cómica. En realidad, este argumento especioso ha hecho que los ciudadanos sospechen fuertemente de la riqueza de un personaje que lleva en el servicio público desde su primera juventud, cuando es pública y notoria la imposibilidad de edificar un capital tan pingüe con los emolumentos habituales. Las sospechosas relaciones que mantiene con magnates generosos con Bono y su familia, las transacciones muy ventajosas totalmente impensables para los ciudadanos normales, y una serie de irregularidades y tratos de favor son un síntoma evidente de corrupción. Pese a tanta abundancia de indicios, la Fiscalía, siempre atenta a determinar el valor de un bolso o de unos pantalones si han ido a parar a un político del PP, ha decidido atenerse a las proclamaciones de inocencia de Bono, y mirar para otra parte cuando se evidenciaban posesiones harto inverosímiles, como las colecciones de áticos en distintas costas españolas, o la hípica toledana edificada sobre una cañada protegida por normal medioambientales que, al parecer, son de aplicación al resto de los mortales, pero no rigen para los caballos, las cuadras y los aperos que el paternal Bono ha destinado para satisfacer la vocación ecuestre de uno de sus vástagos.
Las actividades mercantiles en el ramo de la bisutería fina de la exseñora de Bono han sido utilizadas para legitimar los recursos destinados a financiar un parque inmobiliario escasamente común en las familias españolas. Como una buena mayoría de españoles post-Logse tiene dificultades con la aritmética, no se ha caído en lo prodigioso que resulta que unos negocios de minucias, y situados en poblaciones escasamente fashion, hayan podido reportar tan altos rendimientos. En este contexto hay que preguntarse, por fuerza, si la separación juega algún papel en la estrategia de disimulo que viene practicando el matrimonio Bono para no dar cuenta del origen de su sorprendente y variopinta fortuna.