Gratis total

La actitud de una gran mayoría de altos cargos socialistas frente a las privatizaciones es de total oposición, como se sabe, aunque se trata de una disposición que admite una excepción muy clara en lo que se refiere a utilizar los medios que la administración pública pone a su servicio, como los coches oficiales, los ujieres o el personal de su entorno inmediato. En este caso, el servicio público y el provecho personal y privado se ven forzados a la armonía, y los jerarcas no pierden el tiempo poniéndole puertas al campo, ya que todo vale para el convento, según reza el dicho popular. Ya se sabe, lo dijo Enrique Barón, que un ministro es un bien público, de lo que cabe deducir que una ministra ha de ser, sin ningún género de duda, aún algo más precioso. Parapetados tras esta presunción, que nadie les discute en el momento del abuso por la cuenta que les pueda traer, son muy abundantes los altos cargos, y las altas cargas, que utilizan servicios que se les ofrecen para cumplir sus funciones públicas como si fueran los señores de una gran casa, viejos aristócratas o plutócratas que no necesitan llevar ni billetes ni monedas en el bolsillo.
Los lectores de La Gaceta han podido enterarse, no sin cierto asombro, de la desenvoltura con la que algunas personas confunden su cargo público con un servicio universal en régimen de gratis total, si leen el reportaje que se publicó el domingo sobre los usos que ciertos mandamases y mandamasas hacen de los parques móviles, y es solo un ejemplo. ¿Qué la ministra quiere bombones? Pues que el chófer se acerque a la pastelería. ¿Qué la responsable de igualdad trasnocha? Pues ¿para qué están los turnos de noche? ¿Qué la vice tiene prisa? Hombre… no vamos a andarnos con respetos al código de la circulación cuando está en juego el porvenir del socialismo, y el del feminismo, si se nos aprieta.
Esta conciencia de exención, esta convicción de poder obrar con impunidad y no solo porque no se sepa, sino por estar por encima de la norma, es uno de los grandes tesoros psicológicos de quienes creen estar en la vanguardia de la ética universal, porque son tan grandes sus servicios a los grandes ideales que están seguros de que ni siquiera un el más escrupuloso rigorista moral podría poner en duda la legitimidad de sus aparentes excesos. En este asunto, como en todos, el ejemplo que han dado los de más arriba ha sido decisivo para disipar las ligeras nieblas de duda o vacilación que pudieran afectar a los de conciencia más exquisita. Desde que Felipe González usó el Azor sin pudor alguno para irse de pesca con sus cuates, o Guerra mandó llamar el Mystere a Portugal para no llegar tarde a una corrida sevillana, los socialistas han entendido bien el mensaje de que los vencedores merecen su recompensa, y de que sería un desperdicio de su tiempo, que tanto apreciamos todos, dedicarse personalmente a los menudos menesteres que ocupan la jornada de las gentes del común, a desgastarse en tareas menores.
Pues bien, frente a esos ejemplos de hipocresía y abuso, hay que decir bien claro que tal clase de conductas es rotundamente inmoral y políticamente intolerable en cualquier caso, pero más aún cuando los poderes públicos están desangrando a los ciudadanos con impuestos cada vez más altos, y haciendo que la deuda pública crezca hasta límites realmente insostenibles y enloquecidos. Este gobierno miente por hábito en lo que dice, pero su mentira más hiriente es lel comportamiento de quienes lo encarnan.
[Editorial de La Gaceta]