Ayer vi algunos fragmentos de Una trompeta lejana, la película de Raoul Walsh protagonizada por Troy Donahue y la bellísima Suzanne Pleshette. No recordaba que el tema de la película fuese, una vez más, el heroísmo del rebelde, la fidelidad a la propia conciencia y la capacidad de decir no al mero poder. Es llamativo el número de veces que esta historia, u otra semejante, se ofrece en la películas americanas, frecuentemente con militares como protagonistas. Ford o Eastwood, por citar los casos más obvios, han hecho unas cuantas, aunque los rebeldes de Eastwood sean más civiles que militares. En cambio, estaría dispuesto a apostar que apenas se ha tocado ese arquetipo en toda la historia del cine español, aunque es posible que haya alguna excepción que ahora no me viene a la cabeza. Ya puestos, me parece que pasa lo mismo con nuestra literatura, que no se nos han ocurrido ni héroes ni personajes ejemplares, tal vez con la excepción de Pérez Galdós y, algo menos y de otra manera, de Baroja. Es notable también que un arquetipo con ribetes heroicos como Don Quijote sea cruelmente vapuleado por Cervantes, aunque la cosa pueda leerse de varias maneras.
Uno de los héroes más atractivos de la novela española es, sin duda, Gabriel de Araceli: pues bien, cuando Garci hizo la película del 2 de mayo, con abundante dinero de la Comunidad, cometió la tropelía de convertir al bueno de Gabrielillo en una especie de pillo, en una mezcla de progre y picha brava. Supongo que a don Benito se le habrá indignado desde la eternidad y yo pasé por un momento de ira que creí que iba a ser incurable, pero todo se pasa. Con tradiciones como estas ¿quién se atreve a pedir, por ejemplo, políticos admirables, honestos, patriotas, sacrificados, ejemplares, en último término?
Nuestra cultura es de pillos y de rameras, de listos y charlatanes, y así nos va.