A diferencia de la ilusa protagonista del cuento clásico, que se remonta, al menos, a Esopo, el presidente del Congreso de los Diputados ha conseguido edificar una considerable fortuna a base de unos inexplicables golpes de suerte, en unos casos, e inspirando solidaridad y ternura en un buen número de empresas que, a buen seguro, no suelen conceder al común de los mortales las suculentas ventajas que han concedido al señor Bono, que, claro está, no iba a rechazarlas, para consolidar un patrimonio que se pretende al abrigo de toda sospecha. Es obvio que los que se han de conformar con la triste y conformista moraleja del cuento de la lechera, carecen de la habilidad y la labia del político manchego. Se podría decir incuso que, de la misma manera que los expertos que han pergeñado en Andalucía unas modalidades inéditas y muy imaginativas de corrupción, puesto que hay que reconocer que introducir en un ERE a alguien que no forma de la plantilla es mucho más ingenioso que descerrajar la caja de los huérfanos de la Guardia Civil, como había hecho Roldán, es decir robando de una manera harto vulgar y escasamente imaginativa, el señor Bono ha dado pasos muy firmes en un terreno que, hasta el momento se ha solido considerar resbaladizo, de manera que su conducta puede servir para ampliar en un sentido, digamos, humanista, e incluso cristiano, las categorías jurídicas de Códigos legales en los que no encuentra fácil acomodo ni la simpatía, ni la facundia y el don de gentes del singular político manchego. Si a eso se añade que el señor Bono dispone en su favor de medios de información entregados a la inverosímil causa de su ascenso político, se reconocerá con facilidad que es imposible prever hasta dónde llegarán las innovaciones que Bono pueda poner en práctica para regocijo de políticos poco escrupulosos, como no sea que alguien le advierta a tiempo, si fuere el caso, de que lo suyo es ingenioso pero no indudablemente legítimo.
Lejos de estas complacencias con político tan rumboso, la querella que se ha presentado contra él en el Supremo no se anda con contemplaciones y en lugar de admitir la rareza contable de unas cuentas de la lechera triunfadora, tira con decisión de la aritmética común para demostrar que los números no cuadran, los muy antipáticos. Da toda la sensación, según indica la querella, que la estupenda permuta de un viejo piso madrileño, con inquilino incorporado, por un espléndido ático doble y libre de cualquier carga en una zona de lujo de la costa se ha podido llevar a cabo sin que quede constancia explícita de la cancelación de una hipoteca muy inflada que pendía sobre el piso de la calle del Cerro del Castañar, en esta villa y corte, y por el que el matrimonio Bono percibía una renta mensual de entre 600 y 700 euros, muy alejada, ciertamente, del supuesto valor del inmueble. En cualquier caso, si la hipoteca hubiese sido cancelada, la querella se pregunta con enorme buen sentido “«¿de dónde sacó el matrimonio Bono-Rodríguez el dinero necesario para proceder a la liquidación de la hipoteca? Como se ve, estamos ante una sucesión de prodigios realmente digna de un cuento chino. La habilidad financiera del matrimonio solo puede compararse con el espíritu altruista de Reyal-Urbis, imaginamos que habitualmente reprimido por mor del buen negocio, ya que no se recuerda en el sector una permuta de lujosos áticos en la Costa del Sol por un piso, viejo y arrendado, es decir de muy problemática venta para recuperar el valor puesto en juego en un trueque tan generoso. Los jueces, con la segura ayuda de los Fiscales, van a tener que hilar muy fino para considerar que tantas casualidades son menos sospechosas que unos trajes de caballero.