Una triple

Que el resultado del triple proceso a Garzón iba a revestir la forma de un compromiso parecía estar fuera de duda, y así parece haber sido. Había que condenar y se condena; había que no quemarse, y se ha evitado el fuego; era peligroso tocar algunas coas, y se han evitado. Un gran ejercicio, pero un sabor algo estomagante para paladares con pretensiones. Bien hará el español de a píe, la inmensa mayoría, en no pensar que a él pueda sucederle tamaño prodigio: se ha restablecido el orden, pero la justicia puede esperar. 
Smartphones y su venta

Los acampados y un manifiesto


Sobre la acampada se han podido escribir casi tantas crónicas y reflexiones como visitas ha tenido. La consecuencia es inevitable: agotamiento y disolución, decidan lo que decidan los últimos en llegar, esos que deben apagar la luz, según el dicho popular y no lo saben. Puede que eso signifique frustración para algunos, pero no será mayor que la que ya tenían, será, si acaso algo más de luz. Estoy seguro, sin embargo, que la curiosa noticia de este suceso, una realidad a medias entre alguna esperanza insensata y una más que mediana muestra de africanización, habrá dejado en quienes sean capaces de ello un poso de reflexión, de remolino sobre la pertinencia de nuestras ideas y lo que nos pasa, eso que se sabe tan mal. No, desde luego, entre los partidos, máquinas pensadas para lo inmediato y lo obvio, que son, a estos efectos, tontos pertrechos de guerra y de poder, ni entre los muy seguros, pero sí entre los que no estén ciertos de si van o vienen, que somos los más, aunque no se sepa. Hay, además, una enorme dificultad para pasar del síntoma al diagnóstico y, no se diga, al remedio. La acampada ha sido, por eso, también un escenario de locura en que había muchos enfermos seguros de ser los mejores doctores, de tener la solución a un mal que no comprendían pero que les duele, y eso siempre merece algún respeto, cuando no es cinismo, que lo era en muchísimos casos.
Ahora hay que esperar que tanta palabra y tanto gesto no hayan sido del todo vanos y que produzcan alguna chispa de reflexión, como la de este manifiesto de la Escuela Contemporánea de Humanidades que tiene su miga y no es nada africano, con perdón. Todo lo que subraya es importante, y eso no es poco. Apenas aflora sentimiento de impotencia, lo que es mucho; mi única crítica estaría en anteponer el cambio de lenguaje a la idea de justicia, la que más subyugó a Platón, porque poner el carro delante de los bueyes no conduce a nada, y lleva a incurrir en el desdichado  equívoco de la transparencia.

Mis alumnos y Sostres

Uno de mis alumnos se ha dirigido a mí con un e mail  cuyo contenido  reproduzco a continuación, así como mi contestación, naturalmente con su permiso.


e mail de mi alumno:
Buenas tardes,

Soy un alumno suyo, concretamente uno que estuvo discutiendo airadamente pero respetuosamente, con usted sobre el buen o mal hacer de Salvador Sostres, periodista de El Mundo. El pasado día 4, lunes, un joven de 21 años presuntamente asesinó a su pareja, una chica de 19 y mostró el cadáver de ésta a través de la webcam a su padre. Salvador Sostres escribió sobre esta noticia en un artículo de Elmundo.es titulado «un chico normal» en el que realiza comentarios como los siguientes:
«Digo que a este chico les están presentando como un monstruo y no es verdad. No es un monstruo». «Es un chico normal sometido a la presión de una violencia infinita». «Quiero pensar que no tendría su reacción, como también lo quieres pensar tú. Pero ¿podríamos realmente asegurarlo? Cuando todo nuestro mundo se desmorona de repente, cuando se vuelve frágil y tan vertiginosa la línea entre el ser y el no ser, ¿puedes estar seguro de que conservarías tu serenidad, tu aplomo?, ¿puedes estar seguro de que serías en todo momento plenamente consciente de lo que hicieras?». Ante la avalancha de críticas que recibió en twitter, Pedro J. Ramírez retiró el artículo de elmundo.es y se disculpó a traves de su twitter. Sin embargo, ayer los trabajadores de El Mundo escribieron una carta a su director en la que critican las palabras de Sostres y le exigen a su director que prescinda inmediatamente de sus servicios.

La carta firmada por trabajadores de El Mundo es clara y contundente y si el director de este medio hace lo que le exigen, aún seguiré confiando en que nuestro oficio no está tan devaluado como creía y que existe todavía compañerismo entre los profesionales de la comunicación. Sobre el Sr. Sostres, podría decir muchas cosas pero sus palabras le retratan. Algunos utilizan las palabras para provocar porque piensan que es la única manera de ser escuchado (‘Escribir es meterse en líos’, se titula su blog), otros intentan cada día relatar lo más fielmente posible la realidad. Ambos son subjetivos, está claro, pero unos aún conocen el significado de la palabra ‘ética’ mientras que otros la olvidaron hace mucho tiempo. 

Aquel día en que conversamos en clase, usted me decía que la libertad de expresión es sagrada. Punto en el que coincido plenamente. No soy nadie para establecer que se sitúa a un lado o a otro de esa línea, pero determinadas palabras chirrían en mi conciencia y no puedo evitar que la sangre me hierva por momentos, como en esta ocasión.

Perdón por la extensión de mi exposición pero al leer la información a la que me he referido, he evocado nuestra conversación y no me he podido resistir a escribirle. Por supuesto, me encantaría saber que opina usted a este respecto. Gracias por ‘leerme’.  Un saludo


Mi respuesta fue la siguiente:
Querido alumno:

Le agradezco mucho que me escriba y que sea valiente al expresar unas opiniones que imagina contrarias a las mías. Ese valor es uno de los bienes de que carece nuestra sociedad civil y que, a mi modo de ver, explica muchos de los problemas con los que tropieza esta democracia nuestra, tan troquelada sobre la paciencia de los Sanchos y que se sigue divirtiendo con las palizas que se propinan a los escasísimos Quijotes que quedan y que, como es obvio, suelen estar un poco mal de la azotea.

Como puede imaginar, sigo pensando lo que pensaba, a pesar de que esta columna de Sostres me pareció especialmente desafortunada, oportunista y mema. Creo, sin embargo, que otras cosas son más peligrosas para la libertad que el mero decir tonterías. Creo que decir tonterías está muy mal, sería deseable que se dijeran y se hicieren el menor número de cosas tontas, pero me parece muy peligrosa la idea de moralidad civil que defienden y practican los que se convierten en inquisidores, por muy respetables que sean sus creencias, que, por lo demás, siempre lo son. Una sociedad democrática se edifica sobre pocos principios, pero uno de ellos es, evidentemente, el derecho a discrepar. Entre el ejercicio de ese derecho, y el supuesto crimen de opinión  debería haber una gran distancia, pero los que se convierten en inquisidores la reducen con una facilidad pasmosa. La unanimidad no es nunca criterio de nada, y puede ser muy peligrosa, especialmente en cuestiones morales, sobre las que no existe una ciencia del bien y del mal; es peligrosa también en cuestiones científicas, como lo acredita cualquier estudio de historia de la ciencia, pero en cuestiones morales es sencillamente temible, mortífera. Fíjese bien en los valores que usted defiende en su carta y el peligro que tienen:

1. «Condena clara y contundente», es el lenguaje de los que se consideran por encima de cualquier duda, un lenguaje clericalpapal, enteramente inapropiado en una panda de periodistas, empleo el tono adrede para molestar, que no han dedicado ni una milésima de su tiempo a pensar en los problemas con los que deciden enfrentarse, ni en general, ni en este caso. Con condenas claras y contundentes se justifica el apedreamiento de adulteras, el asesinato ritual, normalmente de mujeres, y un sinfín de barbaridades. Por favor, un poco de contención, y algo menos de solemnidad. 

2. «Hacer lo que le exigen» (referido al director del medio de comunicación), es decir saltarse, en este caso, las normas de derecho laboral o mercantil, reinstaurar el delito de opinión, o sustituir las decisiones en una empresa por lo que puedan decir los soviets morales de turno. Me parece delirante, qué quiere que le diga.

3. «Compañerismo entre profesionales», la verdad es que es difícil expresar con menos palabras el resumen de la moral mafiosa, que es el nombre que habría que aplicar a este tipo de moral justiciera que usted parece  abrazar con tanto entusiasmo como inconsciencia. 

4. «sus palabras le retratan», es una expresión que refleja bastante bien el intento de someter a juicio la libertad de expresión, convertir las palabras, que deben ser siempre libres, en acciones, que deben respetar las restricciones de las leyes. Luego volveré sobre este asunto bajo otro punto de vista. 

5. Sinceramente, dudo mucho de que  sea verdad que «unos aún conocen el significado de la palabra ‘ética’ mientras que otros la olvidaron hace mucho tiempo»; me temo que ese significado se les escapa a sus colegas, y que la mayoría no podría escribir medio folio sobre el asunto, ni aun copiando de la Wikipedia, pero, bromas aparte, le aseguro que si Ética, a este respecto, significa algo es imparcialidad, no unanimidad pasional. 

6. «determinadas palabras chirrían en mi conciencia y no puedo evitar que la sangre me hierva por momentos». Por si le sirve de consuelo, a mi me pasa también muy a menudo, pero he aprendido que la libertad consiste en que habrá siempre gente que haga cosas que no nos gusten, de manera que dedico los chirridos de mi conciencia a tratar de corregir mis propias acciones (entre otras cosas para evitar que deje de chirriar a mi conveniencia), y no a tratar de corregir las de los demás, que es, en su caso, la tarea de los jueces, y de nadie más. Esto no evita la crítica, naturalmente, pero sobrepasa mucho la capacidad de criticar el pedir que le quiten a alguien un empleo, al margen de cualquier otra consideración. En cuanto a lo de que le hierve la sangre, tome baños fríos, que es lo que desde los tiempos de los griegos, que fueron los primeros en meditar un poco en serio sobre el ser de la justicia, se aconseja a los que han de practicarla, y por eso se la pinta con los ojos tapados, aunque entre nosotros se lleve mucho la justicia avizor (por ejemplo, que no valga para Garzón lo que sí vale para todo el mundo).

Una vez que he comentado, con dureza, pero con buena intención, los términos del escrito de quien, al fin y al cabo, es mi alumno, y le deseo que le sirva para algo esta especie de cariñosa lección particular, me voy a fijar ahora en algunas otras cuestiones que son, sin duda, pertinentes al caso. 

1. Yo no habría autorizado, por inconveniente, la publicación del escrito de Sostres o, mejor dicho, le habría invitado a matizar mucho las afirmaciones que hace, con el riesgo, es obvio, de que el artículo se le quedase en nada, pero es que los provocadores también deberían afinar y huir algo más de la sal gorda. De cualquier modo, me parece preocupante que, en el caso de lo que ahora llamamos de una manera bastante absurda y contraria al genio de nuestra lengua, «violencia de género», se pretendan abolir radicalmente las excusas, disculpas, los motivos de compasión con el delincuente. Creo que esto es pura hipocresía, y creo que Sostres acertaba al describirla, pero lo hizo en unos términos confusos y muy desafortunados que se prestan, y mucho, a excitar al coro de plañideras y, lo que es peor, a enturbiar las cosas.

2. Considero que lo que mi maestro Arcadi Espada, con el que discrepo frontalmente en otros mucho asuntos, llama la “moral socialdemócrata” supone hoy en día un riesgo enorme, sobre todo, para la libertad intelectual. A este respecto soy un entusiasta de las palabras de Richard Rorty, un gran filósofo norteamericano fallecido recientemente, con quien también discrepo muy a fondo en un buen número de cuestiones, cuando decía “cuídate de la libertad, que la verdad ya se cuida de sí misma”. Hoy hay riesgo para la libertad porque existe una especia de mayoría moral empeñada en imponer sus convicciones por las buenas o por las malas, eso es lo que significaba, en tiempos que se creían olvidados, la Inquisición.

Por último, quiero hacerle caer en la cuenta de la asimetría moral con que se enjuician esta clase de asuntos, dependiendo de quien sea el protagonista. Para no esforzarme más con los ejemplos, le citaré dos a los que hoy alude Santiago González en su blog de El Mundo, en el que, por supuesto, también discrepa de la columna de Sostres. Me referiré a ellos con mis propias palabras:

El 24 de noviembre de 2008, Almudena Grandes escribió en la última de El País:
«Déjate mandar. Déjate sujetar y despreciar. Y serás perfecta». Parece un contrato sadomasoquista, pero es un consejo de la madre Maravillas. ¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos? En 1974, al morir en su cama, recordaría con placer inefable aquel intenso desprecio, fuente de la suprema perfección.»

El 8 de febrero de 2007, Maruja Torres escribía, también en la última de El País:
«El sinvivir de la albóndiga mediática [Federico Jiménez Losantos] intentando encontrar Goma 2 aunque sea en el conejo de su madre.» En ambos textos, hay menosprecio de sexo, y una cierta justificación de la violencia, aunque sea de izquierdas, además de una vergonzosa falta de respeto a una monja santa, que muchos veneramos como un ejemplo moral muy alto, y a una madre, algo que todo el mundo debiera respetar, aunque sea la de FJL. Por supuesto, será inútil buscar en los Google de turno las propuestas ardorosas de los que “aun conocen el significado de  la palabra ética”. Yo no las echo en falta, porque creo que son innecesarias, como creo que no hay que ir pidiendo por ahí a la gente que confiese su amor a la justicia, o su oposición a las violaciones, pero creo que no exagero si pienso que la diferencia entre la desmesura de las reacciones ante los excesos verbales de Sostres, y la indiferencia ante las delicadas expresiones de la Grandes, no se deba a que merezcan un juicio ético distinto, sino a muy distintas razones. Y, dicho esto, le vuelvo a agradecer su confianza, le pido permiso para publicar su carta (sin su nombre) y mi respuesta en mi blog, porque me parece que plantea una cuestión de interés general, y le invito a que, si lo quiere, sigamos discutiendo allí esta clase de asuntos. Un abrazo,



Animal Kingdom

Tal es el título de una excelente película australiana, escrita y dirigida por David Michôd que he tenido la suerte de ver en uno de esos cines en que, en cuanto te descuidas, te colocan un verdadero tostón, pretencioso, aburrido, ininteligible, aunque ese no suela ser el caso con películas anglos, en un sentido amplio. Vayan a verla, que me temo dure poco en pantalla.
La historia es original y está contada con enorme honestidad, sin trucos ni jeribeques, pero de tal modo que es imposible no identificarse con la suerte, muy perra, del protagonista, un chaval de diecisiete años cuya vida es un ejemplo de cómo pueden florecer las rosas en cualquier estercolero, de cómo hemos podido avanzar algo a pesar de la cantidad de tipos, y de tipas, sin escrúpulos, venales, falsos y letales que pueblan el universo mundo, y más, parece razonable concederlo, en el ambiente de delincuencia que se retrata. El análisis es tan fino y los actores lo hacen tan bien que la película puede ser, y lo es, muy parca en palabras, las cosas se ven que siempre es lo mejor que puede pasar en el cine. No cabe duda de que los humanos formamos un bestiario muy peculiar, muy diverso, y este retrato hace justicia a un buen número de elementos, de los peores, de los mejores, y de los que sufren por unos y otros sin poder hacer ni siquiera uso de su inocencia.

Las cuentas de la lechera

A diferencia de la ilusa protagonista del cuento clásico, que se remonta, al menos, a Esopo, el presidente del Congreso de los Diputados ha conseguido edificar una considerable fortuna a base de unos inexplicables golpes de suerte, en unos casos, e inspirando solidaridad y ternura en un buen número de empresas que, a buen seguro, no suelen conceder al común de los mortales las suculentas ventajas que han concedido al señor Bono, que, claro está, no iba a rechazarlas, para consolidar un patrimonio que se pretende al abrigo de toda sospecha. Es obvio que los que se han de conformar con la triste y conformista moraleja del cuento de la lechera, carecen de la habilidad y la labia del político manchego. Se podría decir incuso que, de la misma manera que los expertos que han pergeñado en Andalucía unas modalidades inéditas y muy imaginativas de corrupción, puesto que hay que reconocer que introducir en un ERE a alguien que no forma de la plantilla es mucho más ingenioso que descerrajar la caja de los huérfanos de la Guardia Civil, como había hecho Roldán, es decir robando de una manera harto vulgar y escasamente imaginativa, el señor Bono ha dado pasos muy firmes en un terreno que, hasta el momento se ha solido considerar resbaladizo, de manera que su conducta puede servir para ampliar en un sentido, digamos, humanista, e incluso cristiano, las categorías jurídicas de Códigos legales en los que no encuentra fácil acomodo ni la simpatía, ni la facundia y el don de gentes del singular político manchego. Si a eso se añade que el señor Bono dispone en su favor de medios de información entregados a la inverosímil causa de su ascenso político, se reconocerá con facilidad que es imposible prever hasta dónde llegarán las innovaciones que Bono pueda poner en práctica para regocijo de políticos poco escrupulosos, como no sea que alguien le advierta a tiempo, si fuere el caso, de que lo suyo es ingenioso pero no indudablemente legítimo.
Lejos de estas complacencias con político tan rumboso, la querella que se ha presentado contra él en el Supremo no se anda con contemplaciones y en lugar de admitir la rareza contable de unas cuentas de la lechera triunfadora, tira con decisión de la aritmética común para demostrar que los números no cuadran, los muy antipáticos. Da toda la sensación, según indica la querella, que la estupenda permuta de un viejo piso madrileño, con inquilino incorporado, por un espléndido ático doble y libre de cualquier carga en una zona de lujo de la costa se ha podido llevar a cabo sin que quede constancia explícita de la cancelación de una hipoteca muy inflada que pendía sobre el piso de la calle del Cerro del Castañar, en esta villa y corte, y por el que el matrimonio Bono percibía una renta mensual de entre 600 y 700 euros, muy alejada, ciertamente, del supuesto valor del inmueble. En cualquier caso, si la hipoteca hubiese sido cancelada, la querella se pregunta con enorme buen sentido “«¿de dónde sacó el matrimonio Bono-Rodríguez el dinero necesario para proceder a la liquidación de la hipoteca? Como se ve, estamos ante una sucesión de prodigios realmente digna de un cuento chino. La habilidad financiera del matrimonio solo puede compararse con el espíritu altruista de Reyal-Urbis, imaginamos que habitualmente reprimido por mor del buen negocio, ya que no se recuerda en el sector una permuta de lujosos áticos en la Costa del Sol por un piso, viejo y arrendado, es decir de muy problemática venta para recuperar el valor puesto en juego en un trueque tan generoso. Los jueces, con la segura ayuda de los Fiscales, van a tener que hilar muy fino para considerar que tantas casualidades son menos sospechosas que unos trajes de caballero.