El ministro de Fomento ha clausurado un paso a nivel en León. Se ve que la necesidad aprieta porque la supresión de un paso a nivel no solía dar derecho a la presencia de un jerarca de tanto copete, pero todos sabemos que León es lugar de reconquista. Por si el paso a nivel fuese poco, el ministro ha anunciado la construcción de la nueva estación leonesa, subterránea, por supuesto. Dejando aparte la triquiñuela política, me gustaría subrayar el odio que los españoles seguimos profesando al ferrocarril: siempre que podemos lo soterramos, lo quitamos de la vista. Podría pensarse que es para ganar espacio que, como todos sabemos, es algo muy escaso en España, pero me temo que hay algo más. Me parece que con el tren nos pasa algo parecido a lo que les ocurre a los progres con la energía nuclear, que se nos nubla la vista. Hay que echarle imaginación para considerar que una vía ferroviaria, incluso la más transitada, sea más peligrosa que una carretera cualquiera, pero, como decíamos ayer, también el gas es más mortífero que la energía nuclear y nadie se echa a correr en presencia de una bombona. Nosotros somos así, muy nuestros y los trenes a los túneles que estropean el paisaje, y no dejan cruzar al otro lado.
El entierro de León
¡El dinero que nos hemos gastado en soterrar vías!, claro que es parte del chollo tradicional que los constructores tienen con los gobernantes, ese sí que es un gobierno de coalición. España es un país disparatado y gasta el dinero de la manera más inútil y tonta que pueda concebirse; el tren es solo un motivo para ejercitar ese salero incontenible de los gobiernos, pero los ciudadanos nos prestamos pacientemente a esa clase de moderneces sin reparar que a países tan atrasados como EEUU, Inglaterra o Alemania no se les ha ocurrido nunca esa genialidad del soterramiento. ¡Trenes no, bases fuera!