Al publicarse oficialmente las últimas encuestas, las fuerzas políticas emprenderán un postrer esfuerzo para arrimar el agua de esos datos a su molino electoral. Las encuestas, no tienen nunca una única lectura. Pueden usarse para movilizar, o para que los afectados pierdan el ánimo, de manera que sería un error muy grave dar lo que nos digan, que habrá para todos los gustos, como una verdad definitiva. Las únicas verdades políticas serán las que se desvelen al finalizar el escrutinio, y, en algunos casos, ni eso, puesto que cuando los resultados no sean completamente inequívocos se empezará a mover una compleja red de acuerdos y conveniencias que puede dar lugar a gobiernos en los que nadie pensaba al depositar su voto.
Partimos de una expectativa de derrota del PSOE que podrá verse muy matizada con el análisis fino de los resultados. Esta expectativa puede ser un arma de doble filo para el PP, puesto que puede amargarle su victoria, si no se cumple con holgura y amplitud, pero también porque puede producir efectos muy peligrosos a la hora de la movilización, ya que podría suceder que los votos conservadores den por hecha la victoria, y se vayan de paseo, pero también podría contribuir a que los votos de la izquierda acudan en tromba para evitar que la debacle resulte especialmente memorable. Zapatero, al que incluso muchos de los suyos preferirían ver ya dedicado íntegramente a la poesía lírica, está jugando esta última baza, y ya ha advertido de que “vamos a darles una sorpresa”, tratando de movilizar a sus incondicionales para evitar un resultado que pudiera ser sonrojante, aunque nunca inmerecido.
El PSOE trata de separar cuanto puede estas elecciones de la figura de su líder, pero la política tiene reglas inamovibles, y una de ellas es que el castigo a Zapatero tenga que darse en el trasero de sus corifeos, porque Zapatero, de modo muy previsor, ya ha anunciado que no va a volver a presentarse para, con argucia tan peculiar, retirarse invicto. Los electores desencantados, hartos, irritados y deseosos de devolverle a Zapatero alguna de las gracias y favores que este ha ido derramando con desigual donosura por doquiera haya pasado, no deberían perder esta oportunidad de demostrar el gran aprecio que le deparan. Esos cinco millones de parados no debieran privarse por descuido de ponerle la nota que les merece. Por supuesto, los que deseamos que desaparezca cuanto antes de nuestra vista no vamos a tener mejor oportunidad de conseguirlo que la del próximo domingo, porque un resultado devastador haría, sin duda, que las elecciones generales se adelantasen a toda prisa para evitar que el descalabro a líder tan impar se extienda como un vertido completamente incontrolable por toda la geografía política del socialismo español, que tanto ha hecho por merecerlo, dicho sea de paso.
El partido Popular haría bien en no confiarse, y en tener muy presente lo mucho que se juega en este envite. No vendría mal que sus dirigentes repasasen escenarios del pasado en los que parecía que la pieza ya estaba en la olla, y acabó resultando algo más parecido al cazador cazado que a un banquete memorable. El PSOE es maestro en triquiñuelas y Rubalcaba, como es bien sabido, no descansa ni en el día de reflexión, jornada en que ha perpetrado algunas trampas memorables ante el pasmo de los expertos de la calle Génova. No creerse las encuestas, especialmente si resultan halagüeñas, es esencial, porque todavía queda mucho por hacer para cantar victoria.