Carta al PP

Una de las cosas que más debería preocupar al PP de todo cuanto está pasando, y probablemente va a ocurrir, es el hecho de que los descontentos, cuya cobertura es la indignación de una izquierda desfasada, pero cuyo fondo de provisión moral es muy otro, ni siquiera consideren que la alternativa política pueda ser una buena noticia. Se trata de una respuesta popular  muy lógica, porque, en buena medida, y no voy a dar nombres, el PP ha renunciado, insensatamente, a hacer política, a decir en lo que cree, a explicar lo que desea y espera, pero es muy probable que haya hecho eso porque al frente del PP se ha colocado un núcleo de nihilistas, de gente que ni entiende de política, ni le gusta ejercerla, que es democrática del mismo modo que pudo ser franquista o bolchevique, porque son posibilistas, tecnócratas que confunden la política con el derecho o la economía,  arribistas, como esas moscas que creen dirigir al elefante según la metáfora de Voltaire.  Y el elefante suele ir por donde siempre, pero cuando se cabrea es imprevisible y peligroso. 
Para muchas de esas personas que están ocupando puestos políticos relevantes, ni la democracia ni la libertad significan nada,  abominan del riesgo y de la competencia, son conservadores alicortos y cobardes. Detestan la libertad y la filosofía liberal muy a fondo, creen que es mera ideología, retórica barata, que basta con la ley, y con lo que, en su ignorancia, llaman economía de mercado,  que muchas veces es poco más, entre nosotros, que un patio de Monipodio. Son gentes que jamás montarían un negocio, que solo creen en el escalafón y en las oposiciones de siempre, gentes que no usan Internet porque creen que de eso se deben ocupar las secretarias. Desearía que se fuesen a casa, que dejen el paso a quienes crean en la libertad, a quienes sean capaces de arriesgarse a hacer política, a poner en juego sus ideas y propuestas sin engañar a nadie, limpiamente, con valor y con patriotismo, diciendo que solo saldremos de esta con trabajo, con iniciativa, con libertad y con valor, que son cosas inseparables, pero no lo harán, porque creen absurdamente que el poder es suyo por alguna suerte de ley no escrita…,  y se pueden llevar una soberana sorpresa.
Creen que la política es un puro espectáculo y que ellos son los empresarios de ese cotarro; tienen la absurda idea, además, de que el espectáculo puede ser tan grotesco y rutinario como esas escenografías que preparan en que el líder de turno repite las obviedades más horrísonas sobre un fondo de militantes siempre dispuestos al aplauso y a la sonrisa. Esa manera de hacer política es absolutamente necia, y no interesa ya ni a los que aspiran a ser concejales, normalmente para ver qué pillan. Su idea de un partido político es la de una cohorte de interesados a los que van colocando en puestos con una arbitrariedad que realmente asombra.
Pues bien, un número enorme y creciente de sufridos españolitos, más allá de las manipulaciones que sería bobo ignorar, están mostrando que el PP no existe para ellos, que les da igual que llegue al poder o se vaya a hacer puñetas, porque no creen que haya nada que esperar de una organización tan impenetrable y suficiente, tan insensible, tan ajena y extraña. Son, es evidente, injustos y arbitrarios en esa apreciación, pero es que están hartos de que el PP sea un coto cerrado, de que importe más que siga uno de los suyos en el machito que defender una ética pública exigente, no creen, ¿quién podría creerlo viendo lo que hemos visto?,  que el PP pueda suscitar ninguna esperanza razonable de cambio.
Es verdad que muchos de ellos están intoxicados con una verborrea izquierdista que es el subproducto que tienen más a mano, porque nadie les ha dicho en serio nada distinto, porque puestos a ser solidarios, estatistas y todo eso, prefieren, lógicamente, a la izquierda. Pero el problema para alguien que crea en la libertad y en la política, algo que debería ser el mínimo común denominador de cualquier dirigente del PP, pero que no lo es, es que hay unas gentes que están ejerciendo su libertad al ocupar las calles, y ni siquiera saben que eso se llama libertad, porque nadie les ha enseñado nada, porque nadie ha dado muestras de que sus sentimientos y sus ideas cuenten, porque no saben que pueden hacer algo, además de agruparse y protestar, y están acostumbrados a que, si lo intentan, resulte por completo inútil, y se cansan de tanto desdén, de tanto despotismo.
Nadie les dice que, además de protestar, pueden hacer algo, deben hacer algo, por ellos mismos y por su país, porque los políticos dan la sensación de estar encantados con lo que pasa, de que la crisis no va con ellos, tan lejos están de un país que sufre, teme y se encuentra perdido y sin esperanza.  Nadie les ha hecho ver que en su país, en nuestra querida España, se pueda influir, se puedan ensayar formas distintas de pensar, proponer ideas atractivas, que se pueda hacer algo más y algo distinto que el mero obedecer o ponerse a aplaudir, que merezca la pena arriesgarse, por ellos y por todos.
Está claro que el inmenso esfuerzo colectivo que supuso la transición, el ansia de «libertad sin ira», ha sido largamente defraudado por los políticos, y, en especial, por esa derecha que no se ha atrevido a hacer política, a ser liberal, a ser original y democrática, a pensar en sus propios términos, a ser competitiva, empezando por ella misma, y en lugar de hacer eso persiste en ofrecer  un partido anquilosado, cuyos congresos no existen o están trucados, que huye de los problemas políticos, de la regulación del aborto, por ejemplo, como de la peste, en el que nada se debate, una fuerza política que pretende, absurdamente, batir a su rival con los términos que la izquierda ha consagrado en el simulacro de debate al que desgraciadamente se ha visto reducida la política española.
Todo eso tendrá que cambiar, y a toda prisa.  A quienes amamos España nos importa mucho menos la victoria de este PP que el porvenir de la nación, y ahora todo indica que este viejo país que, a la vez, es tan nuevo y tan distinto a lo que era hace tres décadas, está en una crisis que si el PP no sabe aprovechar puede terminar con él en muy poco tiempo. Lo primero, por tanto, no trivializar; lo segundo no reaccionar frente a una revolución tranquila y equívoca pero de causas muy nítidas, de modo autoritario; lo tercero, empezar a hacer política y aceptar el reto, renovarse o morir.
Estoy convencido de que en el PP existen las energías políticas suficientes para enfrentarse a este nuevo escenario, y para formular una política congruente y atractiva, para conseguir, incluso, una victoria resonante, pero nada de eso se hará si el partido y todos sus militantes honestos no se toman en serio el desafío que tenemos delante, si se limitan a lamentar que la policía no haya disuelto las manifestaciones, o a pensar que la izquierda, una vez más, está haciendo trampa. En particular, puede ser gravemente equívoco consolarse con unos buenos resultados el domingo 22, aunque ya veremos lo que ocurre.
La situación que vivimos es explosiva, aunque es de desear que no estalle y se reconduzca; creo, en particular, que ese sería el mejor de los frutos posibles, que la buena gente perdida que anda por Sol a la búsqueda de lo que no sabe, acabe por comprender que la solución  la tiene a la mano, luchar, trabajar, ser ambicioso, sin limitarse esperar el maná de quienes aspiran a vivir de hacer promesas que nunca pueden cumplir, y que conducen a caminos sin salida, al desastre colectivo. Estamos ante el fin de un ciclo político, con una crisis económica espectacular, en un entorno mundial completamente distinto, y con casi ocho años a nuestras espaldas de disparates políticos, ideológicos y económicos. De esa izquierda se debiere aprender el atrevimiento para defender las propias ideas, pero hay que dejar que los que creen en algo distinto acierten a expresarlo, y hay que relevar del puente de mando a los que sigan pensando que la política se puede hacer limitándose a leer las encuestas, a esos que, como los maridos engañados en las comedias de enredo, suelen ser los últimos en enterarse de lo que pasa.
Además, como dijo con gran brillantez Marías, no se trata de saber qué va a pasar, sino de decidir qué vamos a hacer, pues eso.