La derecha y sus complejos

Estos días he participado en un debate epistolar con un grupo de amigos sobre un asunto que a algunos de ellos les parece capital y que a mi me parece relativamente secundario, a saber la relación de la derecha española con el franquismo. Se trata, entiendo, de no confundir la historia con la política, no sé si les suena, dos tareas distintas, con reglas diversas y ritmos muy dispares. En mi opinión, y tal como ellos lo plantean, ese debate es, en sí mismo, un error político que consiste en hacerle el juego a Zapatero que, a su vez, trata de que se haga tan patente como sea posible el fondo autoritario de muchos conservadores españoles, desde luego de muchos de los que  profesan un amor al franquismo con la disculpa, más o menos verosímil en según qué casos, de que está siendo atacado de una manera artera y tramposa. Bueno. 
Ese debate me ha servido para comprobar que en esas personas, que yo llamaría neo-franquistas, hay un notable resentimiento hacia la transición política y que ha calado en ellas la idea de la cobardía de la derecha, de la traición de los centristas a cosas, al parecer, esenciales. Hay un odio al «centrismo», un término que se presta a abundantes equívocos, en especial si se usa con intención polémica. 
En un intento de aclarar en qué consistía el problema de la derecha, les escribí lo siguiente, que reproduzco aquí porque puede tener algún interés más general que el del grupo de amigos y discutidores:
«En mi opinión, la derecha española es más compleja que la división entre centristas o no centristas, lo que responde, más bien, a un debate puramente político/historiográfico, como el que tenemos. La derecha se nutre de, al menos, tres grupos básicamente distintos: los católicos conservadores, los conservadores sin apellido religioso especial, entre los que tienden a destacar lo que podríamos llamar neo-franquistas, que nutren de uno u otro modo el fondo tecnocrático y estatista que todavía es muy fuerte en la derecha (lo que Hayek llamaría socialistas de todos los partidos), y los liberales, sean católicos o no, que eran pocos, pero que van creciendo con el tiempo y la internacionalización. Se trata, además, de grupos que están bastante hibridados y en los que no se excluye la afiliación equívoca, sobre todo en el grupo dominante, que es el central, y al que más gente acude para medrar. El problema, en efecto, es que el partido de la derecha ha estado dominado, sobre todo, por tipos del segundo grupo que , con frecuencia, recurren a musiquillas liberales para tratar de ponerse al día, pero sin contaminarse; Rajoy es un ejemplo de libro, y Aznar pertenecía también  a ese grupo, que es el de Fraga, pero se ha acabó pasando a los liberales por su empeño personal en sacar a España de una esquina de la historia y meterla en la arena política internacional, empeño realmente muy loable, aunque le salió muy mal, pero no quiero desviarme. Lo esencial es que el núcleo dirigente del PP ha sido, en la práctica, muy propicio a confundir la política de partido, que nadie ha hecho, con una cierta política de Estado, que han pretendido cumplir a base de seguir con la modernización de la economía y dando por inútil, lo que es un inmenso error, la batalla de las ideas, de manera que no han dejado que floreciese el mínimo debate interno que diera cohesión a esos tres grupos (el ejemplo de sus políticas, por llamarlas de algún modo, sobre el aborto es ejemplar: no se discute internamente y se encarga a los cristianos de que se ocupen del asunto, porque se trata, sobre todo, de salir del paso), lo que hace que la derecha sea más frágil políticamente y esté manejada por criterios puramente coyunturales y territoriales, un resultado desastroso. Esa es la raíz de la supuesta inferioridad de la derecha, y una debilidad efectiva de ella, su escasa propensión al debate de ideas,  lo que hace que la derecha viva más a la contra (se identifica por lo detesta) que a la pro, tiene «miedo» a decir lo que desea, porque sabe que sus deseos no son tan claros y homogéneos como al núcleo dirigente, con una fuerte tendencia al absurdo de no tener ideología, le gustaría que fuese. Esa actitud de vivir a la contra es lo que explica que en algunos sectores de la derecha tengan la influencia que tienen ciertos personajes muy propensos al extremismo y, en muchas ocasiones, de formación completamente antiliberal, antiguos comunistas, para entendernos. Hacer caso de estos sería un error de  tamaño monumental porque con ellos jamás se ganarían unas elecciones, porque aunque vendan muchos periódicos o libros en su sector, son completamente incapaces de convencer al españolito medio, cuya ignorancia es inmensa, por expreso diseño de la política educativa de la izquierda, cuya cultura política es nula, y que está cada vez más lejos de cualquier religión. Se trata de un problema difícil, pero no imposible, y cuanto más se tarde en abordarlo, más frágil y corto será el relativo predominio político de la derecha, es decir gana elecciones a nivel nacional, pero las ha perdido y las perderá muy rápidamente, pero nada de esto, a mi modo de ver, guarda una relación directa con la exclusiva cuestión del franquismo. Es un caso claro de que resulta muy difícil hacer una democracia sin ciudadanos conscientes de sus derechos políticos y amantes de sus libertades, lo que, de nuevo, nada tiene que ver con el franquismo, época en que no se reconocían, con carácter general, ni los unos ni las otras. Tienen razón las críticas que identifican al PP con una agencia de colocaciones, pero no creo que nada de eso se arreglara con el procedimiento de hacerse más neo-franquista para no ceder al adversario.»


¿panta rei?