Una de las cualidades que nadie osaría negar a Esperanza Aguirre es su capacidad para generar polémica. Esto de la polémica es una forma amanerada de llamar a lo que, también amaneradamente, se suele llamar debate. Ahora acaba de afirmar que el Estado debiera sacar su manos de la educación y dedicarse a la instrucción. Esperanza tropieza con que la gente está poco acostumbrada a los distingos, menos aún si estos son clásicos y no están muy vigentes en el lenguaje corriente. Así, es fácil malentender lo que dice la presidenta madrileña, incluso caricaturizarlo, pero no quisiera dejar de subrayar que dice algo muy importante para la democracia y para la libertad, aunque ya sé que a muchos les parece que la democracia es sólo su libertad… y que los demás se sometan a ella. Lo esencial es que en la educación se incluye, de hecho, la presentación y la jerarquización de valores morales y políticos ante los que el Estado tendría que ser neutral, porque son, y, sobre todo, debieran ser, patrimonio de los ciudadanos, de su libre conciencia, no un bien que puedan administrar los funcionarios.
Al distinguir educación de instrucción creo que lo que quiere decir es que los funcionarios del Estado, los colegios públicos y los planes de enseñanza, no debieran entrar en el santuario de la conciencia individual, allí donde se toman las decisiones morales y políticas. Esto debería ser evidente, pero vivimos en una época en que todo está confuso y en la que los que dicen pretender nuestra liberación pugnan eficazmente por imponer una ortodoxia asfixiante. Esperanza tiene razón, aunque temo que haya empleado un lenguaje demasiado añejo, fácil al equívoco, a eso que cultivan con esmero y maestría los totalitarios de todos los partidos.
Internet y la estupidez
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