En diversos sectores cercanos al PP predomina un estado de ánimo que, lejos del regocijo por la victoria, refleja un desencanto muy mañanero de quienes no van a conformarse con el trabajo de un gobierno que da pinceladas, algunas no muy comprensibles, sin que se sepa qué va a pintar: tal dicen amigos y partidarios. A este clima sordo de desafecto se ha añadido la perplejidad por algunos nombramientos, cosa que, aunque siempre pueda explicarse por cierto resentimiento entre los no agraciados, es llamativa. Que un partido con cientos de miles de afiliados no sepa encontrar, por ejemplo, persona más adecuada para llevar la política científica que una sacerdotisa del aquelarre contra los del PP en el lejano año 2008, no deja de ser notable. Tampoco ha ayudado nada la evidencia de que el voto al PP va a salir muy caro al bolsillo de muchos de sus más entusiastas, buenos profesionales que siguen confiando en que el país consiga tener un gobierno que no les avergüence, y no acaban de ver claro que los miles de euros que les va a levantar la inmediata subida del IRPF sean exactamente lo que ellos hubieran hecho. Ya se sabe que en esto de la política, cada elector lleva en su mochila el bastón de mariscal.
Es, en cualquier caso, demasiado pronto para que las críticas puedan crear un estado preocupante de opinión, pero puesto que lo normal es que los gobiernos, aún los mejores, acaben mal, es llamativo que algunos piensen de Rajoy está comenzando por el final, haciéndolo mal desde el principio. Tampoco ha habido entusiasmo con la política de comunicación, que empezó con una aparición casi surrealista de Rajoy para dar a conocer la lista de ministros, como si se tratase de la lectura de los premios de un sorteo, y continuó con una torrencial rueda de prensa de la vicepresidenta en la que abundaron esos buenos sentimientos con los que no sólo se hace mala literatura sino, muy frecuentemente, peor política.
Cuando uno se emplea en defender a este Gobierno con argumentos obvios, como la escasez del tiempo transcurrido o la dificultad de la tarea, los críticos más exaltados recuerdan la conveniencia de advertir cuanto antes a los amigos de los errores, para evitar que la deriva puede llegar a ser realmente peligrosa.
Hay otro factor que ha facilitado enormemente que esta erupción crítica se haya desbordado de manera tan rápida, la certeza de que el enemigo político está tan postrado que se pueden permitir ciertas alegrías en una casa tan propensa al aplauso como la del PP. De todos modos, las críticas han menudeado más entre votantes que entre militantes, poco acostumbrados a que el disenso obtenga recompensa, especialmente si resulta motivado.
Es un hecho evidente que el país está deprimido y eso es algo más que la mera constatación de que tiene motivos para estarlo, cosa que nadie en su buen juicio discutiría. Estas navidades se han parecido, en muchos aspectos, más al puente de todos los santos que al festín de alegría, excesos y gasto al que hemos estado acostumbrados. Esto puede estar bien para un asceta, pero es muy inquietante en el plano político. Lo más preocupante que se puede pensar de este nuevo gobierno no es que no acierte en las medidas, es lo que, al fin y al cabo, suele pasar siempre, sino que se equivoque en el diagnóstico del problema al que se enfrenta, o, lo que es lo mismo, que se confunda sobre las razones por las que ha llegado al poder que ahora mismo tienen, y las obligaciones que ello comporta, unos deberes que no pueden reducirse, de ningún modo, a una especie de rutina funcionarial o tecnocrática. El país está muy descuajaringado y necesita un proyecto político de altura, un proyecto que sí aleteaba en el programa electoral del PP, y puede parecer que algunos no han leído ese análisis con la debida aplicación.
Todos los gobiernos comienzan con titubeos, cosa que a nadie puede extrañar. Me parece que en este caso lo que se echa más en falta es una carencia de picardía que ha resultado llamativa, por ejemplo, en la prisa con la que han procedido a condecorar a los salientes, algo que muy bien podía haber esperado unas semanas, porque no creo que nadie suponga que es asunto más urgente que, por ejemplo, la reforma laboral. Zapatero ha encanecido, aunque no a base de aciertos, y a Rajoy le espera un calvario que, visto lo visto, parece que va a ser especialmente cruel e intenso, al menos en esta primera fase.
Los expertos sugieren que parte de las supuestas salidas en falso se pueden explicar por la cautela ante las próximas elecciones andaluzas, un argumento maquiavélico que, de todos modos, va a gozar de una vida muy corta. Anda por medio un congreso del PP que puede convertirse en otro fiasco si se pretende que sea mera escenografía electoral, porque debería servir para algo más. Rajoy y el PP van a verse sometidos a una prueba extraordinariamente difícil, en la que todos nos jugamos muchísimo, y los nervios están a flor de piel.