Porque no le deseo mal a nadie, ni siquiera a los muy perversos. No digo yo que no se lo hiciera, porque siempre somos capaces de cualquier cosa, pero no tengo otro remedio que alegrarme de una sentencia que le pone en su sitio, como a un auténtico juez de la ley del embudo. La libertad, que no goza de tanto aprecio como a veces se cree, ha sido reforzada con la condena a un señor que se pasaba los derechos de sus investigados por salva sea la parte, esto es, que hacía lo que está prohibido hacer. Eso ha quedado muy claro. Cierta izquierda, muy abundante, pretende que las libertades consistan en que siempre se haga lo que ellos creen. Ellos son el Bien, nosotros la peste, más o menos eso dicen. Por eso me alegro de que haya habido un buen número, siete, de jueces que no se han dejado intimidar por los bandoleros del embudo y que han acordado algo que es puramente obvio, que a Garzón la ley, cada vez que se interponía entre él y sus objetivos, le ha importado siempre un pito.
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