Nuestra crisis tiene varias raíces, pero una, muy honda, depende de la falta de credibilidad internacional, de que se nos tome, por buenas razones, como un país poco fiable. No es del todo injusto cuando hay Comunidades Autónomas que descubren que su déficit no es el que era, cuando el Gobierno no parece tener medios para evitar este disparate, cuando el presidente del Supremo parece un chorizo y la Fiscalía no sabe si hay indicios de que lo sea (¡indicios, Dios mío!), cuando el Gobierno denomina pacto de estado a que las Comunidades aparenten cumplir sus obligaciones legales, o cuando se quiere excluir a la Corona de la trasparencia para que no nos enteremos de lo que pasa en la Zarzuela, lo que es de coña. Pretender que la Navy no nos aparte a remazos de Gibraltar, o que no nos roben la cartera en cualquier parte del mundo, es absurdo: es lo que tiene que pasar si no se corrige radicalmente esta imagen verdadera de país chapucero y que se hace trampas hasta en el solitario.
Tonterías y tecnologías
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