La medida del gobierno respecto al carcelero de Ortega Lara es una de esas cosas que hielan la sangre. Es difícil resistirse a la explicación de que el Gobierno tiene un plan y no se atreve a contarlo, y, tras esta constatación, no se puede evitar que nos invada una honda tristeza, casi una desesperación. ¿Qué obliga a los poderes públicos a tratar de manera tan desigual a un asesino y a cerca de mil delincuentes comunes que mueren cada año en las cárceles sin que nadie haga nada por evitarlo, según cuenta La Gaceta en portada? La respuesta no puede ser otra que el miedo. Pero si el Gobierno tiene miedo, ¿qué miedo no tendremos que tener los simples mortales? Miedo a este gobierno, a su miedo, y a lo que puede acabar haciendo con nosotros. Al parecer todo vale, pero no se sabe para qué, aunque tal vez sea mejor no saberlo para evitar tentaciones demasiado radicales.
La prensa en la red
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