Estoy tan lejos de ser un vaticanólogo como de ser cualquiera de las cosas que no soy, pero no me resisto a subrayar que la sorpresa que se han llevado esos sabihondos no es menor que la que nos hemos llevado todos: argentino y jesuita ¿quién da más? No tengo nada ni contra los primeros, ni contra los segundos, pero, si pudiera, elegiría famas mejores, lo que tal vez no sea sino una manera de demostrar que Dios escribe derecho con renglones torcidos o, mejor, que, como decía el VT, los tontos son, o somos, innumerables… e incansables.