Hay que llegar a la conclusión de que hemos mejorado en lo que se refiere al sentido del ridículo. Teníamos un evidente exceso, o eso se decía, pero ahora parece haberse perdido. Véase el caso del DNI de la infanta y las fincas: es de auténtica vergüenza, una chapuza universal, tanto si es una estrategia para ocultar algo (¡!), que parece lo más probable de puro absurdo, como si se debe a un simple (¡!) error. Solo hay una cosa segura, que no nos enteraremos y que, en consecuencia, no dimitirá nadie, como es obvio. Hasta aquí está llegando el descrédito de lo que se llama la clase política.
¡ojo con los datos!
¡ojo con los datos!