Una de las paradojas de este mundo es que la abundancia de información puede matar el interés por la verdad, en especial cuando la verdad sea incómoda. Hace diez años ocurrió algo terrible, y lo insoportable se suele abrir paso mediante eufemismos y un sentido común más acomodaticio de lo corriente. Eso es parte de un pasado que tenemos que remediar, que no es separable de los defectos de nuestra democracia. En efecto, la verdad importa, y no puede haber consuelo si no se tiene suficiente: hay que exigirla, buscarla, no dejarse vencer ni convencer por los sucedáneos, ni por el interés de los mentirosos, y de los criminales.