Pelea de negros en un tunel

Tal es el título que, según cuenta Ortega y Gasset en su lección en el bicentenario de Goethe, en 1949, tiempos en que la corrección política no había estragado la expresividad, exhibía un cuadro cuyo único componente era una gran superficie de espesa negrura. Podría pasar como una descripción sumaria de lo que  está pasando en la política española, una especie de guerra civil en la que ya nadie se fía de nadie y en la que el que no está procesado se encuentra, seguramente, a la espera, tal es la abundancia de casos de corrupción que nos inunda. Rajoy y los suyos, los pocos que le quedan, juegan a decir que lo que ocurre es que está funcionando el Estado de Derecho, que la corrupción no está en el Gobierno sino en los partidos y no en todas partes sino en unos brotes a los que, al menos, ya nadie califica de aislados.  Oscura pelea y más oscura explicación.
El fondo que podría dar claridad a un cuadro tan tenebroso no se está explicando. Para empezar, ocurre que en nuestras cuentas públicas el nivel de opacidad y el descontrol es mayúsculo, que nuestras administraciones nos cuestan un 35 o un 40 por ciento más de lo que debieran costarnos, y ese plus es el que engrasa toda corrupción de forma tal que sería imposible que no lo hiciese, porque tiene su origen en el intento deliberado de hinchar las cuentas y hacer imposibles los controles para que unos puedan forrarse a costa del sacrificio de todos los demás, en cuanto sepan hacerse con el control del caso.
Nada tendrá remedio mientras no tengamos unos partidos abiertos, una administración pública mucho más transparente  y un poder judicial independiente. Lo demás, las medidas que anuncia el Gobierno como las que anuncia el PSOE, no servirán de nada, nunca jamás. Eso es lo que hay que cambiar, y eso supone una reforma seria del marco político. La alternativa está clara, de nuevo, o reforma a fondo o hundimiento. Por asombroso que pueda parecer, muchos preferirán el hundimiento, entre otras cosas porque la reforma a fondo también representaría su desaparición. Lo que no se entiende es que los ciudadanos comunes podamos seguir dando nuestra confianza a quienes han pintado un cuadro con tan pocas luces.
Al cliente, que le vayan dando