Siempre me hizo gracia lo que, al parecer, decía Joaquín Garrigues, ministro en época de la Transición: «si los españoles se enterasen de lo que se habla en los Consejos de Ministros, todos saldrían corriendo hacia Barajas». Me he acordado de la frase al ver que el señor Griñán ha dicho, sin que le diera la risa, que no tenía de idea de en qué se empleaban unos cientos de millones en la Junta de Andalucía de la que fue ministro de Hacienda y luego presidente. Les juro que tiendo a creerle, tal es el tamaño del inmenso desbarajuste de lo que se llama piadosamente administraciones públicas.
A propósito del caso Cifuentes, estoy casi seguro de que el actual Rector dice verdad cuando afirma que no tenía ni idea de los tejemanejes del Instituto de Derecho Público, ahí es nada el nombre, de su Universidad, pero es que hay que empezar por recordar que lo más probable es que ni un 1 por mil de sus profesores, y apenas un 1 por diez mil de sus alumnos, tengan la menor idea de cuál es el gasto de esa universidad, o de cualquier otra, y en qué se emplean sus abundantes recursos. Y así con todo, de forma que, en realidad, es casi milagroso que el agua llegue a los grifos o que los trenes circulen por las vías sin demasiadas catástrofes. El hecho es que los españoles tenemos un absoluto desinterés por todo lo que se cuece en las administraciones y que lo único que nos interesa es lo que de ellas sacamos sin que, ¡benditos ingenuos! nos preocupemos nunca de lo que nos cuestan: la mayoría sigue pensando que son gratis. Mientras no se ponga remedio a esta miopía ciudadana, lo milagroso será que los políticos no se acaben dando un Premio Nobel a sí mismos, creyendo, por supuesto, que nunca les pagamos bien todo lo que hacen, de forma desinteresada, por nosotros.