Justicia infinita

El juez Garzón ha decidido poner en la calle a uno de los líderes más significativos del entorno de ETA empleando unos procedimientos que recuerdan extraordinariamente a los afectados por las tres causas que contra él se están viendo en el Tribunal Supremo. Hay dos cosas que son obvias: la primera es que el juez Garzón será lo que sea pero no es incoherente; la segunda es que el señor juez tiene una idea bastante laxa de la relación que haya de guardar la justicia que imparte con la ley común.
El señor Diez Usabiaga ha sido liberado para que pueda asistir a su madre de acuerdo con la ley de dependencia. Sin embargo, según se ha sabido, no se han cumplido los trámites oportunos para que sea aplicable esa exención de cárcel, y se da la circunstancia, además, de que el afecto maternal del líder no ha sido lo suficientemente intenso como para pasar a saludar a su madre, más de una semana después de ser liberado, además de que el amoroso dirigente tiene dos hermanas que muy bien hubieran podido ocuparse de su señora madre. Aunque según el aforismo clásico, dura lex, la ley sea dura, ya se ve que también puede ser muy oportuna, siempre que Garzón esté por medio.
Una vez más, el juez Garzón se ha salido del camino común para aplicar una justicia sui generis, algo que en manos de cualquier otro sería considerado, probablemente, como delictivo. Garzón aplica una justicia sin tasa, sin límites, infinita. Muchos recordarán que Justicia infinita fue el nombre que, de manera notoriamente impía, adjudicó el señor Bush a una de sus operaciones bélicas en desiertos lejanos. No pretendo molestar a los numerosos admiradores de nuestro benemérito juez empleando para sus decisiones un titular tan malsonante, pero son cosas que pasan.
Garzón no reconoce límites ni quiere tenerlos a la hora de aplicar su fino instinto judicial a los complejísimos casos que le caen en suerte. Volvamos al líder del entorno etarra; cualquiera entenderá que no se trata de un preso común, sino de un recluso excepcional. ¿Es lógico que se apliquen a seres excepcionales normas tan comunes y romas? ¿Para qué pudiéramos querer un juez de la notoriedad de Garzón si no le fuere lícito interpretar la ley de acuerdo con su acendrado espíritu de Justicia? Garzón es un juez que no conoce límites ni fronteras; por ello tiembla Ben Laden, al que ha empapelado en un rasgo de valor indudable, y otros delincuentes de su porte apenas se atreven a salir a la calle.
El magistrado de las X no reconoce otros límites que los que él se imponga, y que cree que para hacer justicia no se puede andar uno con zarandajas. Recordarán ustedes cómo Garzón ha estado, en pleno ejercicio de sus derechos y sin olvidarse nunca de sus altísimas responsabilidades (otra cosa es que se le hayan pasado por alto un par de detalles burocráticos, que, en realidad, nadie debería exigir a figuras excepcionales como él), en una conocida universidad de Nueva York, y, de paso que ha ampliado su fabulosa formación jurídica, se ha empapado de la idea anglosajona de que los magistrados han de interpretar la ley, sin dejarse llevar por lecturas restrictivas del efecto benéfico de la justicia, universal, por supuesto.
Lógicamente, convencido como está de la necesidad de modernizar la justicia para salir en el telediario, ha debido pensar que ya está él ahí para decidir lo que haya que limitar, en cada caso, y lo que pueda y deba ser ilimitado para el beneficio de la justicia, universal, por supuesto. ¿Qué el expediente de Usabiaga no está completo? Ya se completará, si hiciese falta. ¿Qué el líder no tiene tiempo de atender a su mamita? Lógico, porque tendrá muchas obligaciones que atender, pero nadie debiera dudar de que la madre estará muy aliviada con su hijo por las calles, lo que satisface, sin duda alguna, la intención de fondo de la ley de dependencia, aplicada con amplitud de miras.
Los españoles podríamos ser muy injustos con Garzón si nos olvidásemos de su condición excepcional, de su costumbre de sobrevolar la legislación en beneficio de la justicia infinita. No hemos sabido ver lo que continuamente hace por todos nosotros y por nuestras instituciones, por los Gobiernos de izquierda, por los Bancos que saben ayudar a las universidades prestigiosas, por los magnates de la prensa, por los príncipes de la paz que tratan de superar el conflicto vasco, en fin por la justicia, infinita, por supuesto.
¿Cómo se puede pretender que la justicia, además de ciega, tenga las manos atadas, cuando el crimen sea tan inquietante, por ejemplo, como el de los engominados? ¿Acaso el público no comprende que, a base de garantías, se pueden acabar escapando y que se crearía un agravio con el PSOE de Filesa? ¿Es que queremos estigmatizar al más diligente de nuestros jueces que, de tanto trabajo que tiene, no acierta a quitarse el caso Faisán de encima? Pues bien, así no hay manera de hacer la justicia infinita que le gusta a Garzón, conviene que se sepa.