Mancillar, una vez más, el recuerdo de las víctimas

Por si cupiera alguna duda acerca de la extraña condición moral de los líderes sindicales, sobre su capacidad de servirse a sí mismos por encima de cualquier consideración, sobre su cinismo para olvidar el bien social que dicen defender en interés del mantenimiento de sus peculiares e insolidarias prerrogativas, el hecho de que hayan escogido la fecha del 11 de marzo para ensayar una de sus algaradas debiera ser sobradamente elocuente.
¿Cómo ha sido posible que los líderes sindicales hayan podido despreciar de modo tan banal y gratuito una fecha que está marcada con dolor y turbación en la memoria de todos los españoles de bien? ¿Puede alguien imaginar siquiera que en cualquier país medianamente digno alguien se hubiera atrevido a fechoría semejante? ¿Sería concebible, por ejemplo, que los sindicatos norteamericanos convocasen cualquier concentración el 11 de septiembre y en Manhattan?
Aquí, en realidad, llueve sobre mojado. Las víctimas saben muy bien lo que ha sido el ninguneo, su ocultación, el permanente olvido al que han sido sometidos durante años por los gobiernos socialistas, saben bien de qué formas ha intentado manipularlas, cómo se han servido de ellas para olvidarlas en cuanto convino. Buena parte de la izquierda considera que, en el fondo, las víctimas debieran limitarse a sufrir en silencio su mala suerte, sin empañar con sus exigencias los planes de los demás, las perspectivas de paz, los disfraces de canallas para convertirlos en demócratas, incluso en santos. Quienes piensan que las víctimas no deben molestar con sus lamentos encontrarán lógico que los sindicatos prefieran estropearles un aniversario que complicarse un largo fin de semana primaveral, las merecidas cervecitas de todo buen sindicalista y vividor.
Al exhibir una indecente  insensibilidad con el dolor de las víctimas, con la memoria de los cientos de trabajadores asesinados el 11 M, seguramente el día más triste en toda la historia de Madrid, una ciudad varias veces centenaria, los sindicalistas han vuelto a mostrar su auténtico rostro. No les ha importado el dolor ajeno, como no les importa, digan lo que digan, el paro de nadie, porque solo se ocupan de sus intereses, y, en esa perspectiva, no cabe dedicarse a la memoria y a la reflexión sino a la agitación, porque nada esperan sacar del respeto a las víctimas.
La memoria de los cientos de trabajadores que perdieron su vida cuando se dirigían diligentemente a sus obligaciones no parece significar nada para Toxo ni para Menéndez, no merece ni un minuto más de sosiego, de reflexión de solemne y silencioso recuerdo. Pretenden convertir este próximo 11 de marzo en un día más, en una agitación de diseño. Su trágica insolidaridad, su falta absoluta de respeto jugará en contra de sus intereses, sin duda alguna.  Hace falta un altísimo grado de cinismo y de dureza de corazón para olvidar que en un día como ese son miles de personas las directamente afectadas por el recuerdo y el dolor, y millones los que se estremecerán recordando el momento más siniestro e inexplicable de nuestra historia contemporánea, pero, del mismo modo que los dirigentes socialistas, con Rubalcaba a la cabeza, intentaron utilizar el dolor de esos días terribles para dirigirlo contra un gobierno que se afanaba en cumplir con sus obligaciones, ahora, los familiares ideológicos del partido que acaba de experimentar una merma espectacular de sus apoyos políticos por su pésima gestión de la crisis, vuelven de nuevo a la carga y tratan de abonar una fecha, que no es de nadie porque es de todos, en sus haberes políticos, con la excusa, tan inverosímil como hipócrita, de que   agitando la calle y alterando la convivencia ciudadana rendirán también un homenaje a sus compañeros muertos hace ahora ocho años.
Las víctimas no merecen este ninguneo, pero tal vez el conjunto de los españoles saquemos algo de este gesto indecoroso y obsceno, tal vez crecerá el número de los capaces de comprender que la lucha sindical no tiene nada que ver con los intereses reales de los trabajadores, que solo unos líderes atiborrados de suficiencia y de insolidaridad pueden haber cometido tamaña fechoría, sin que ni siquiera se hayan suscitado en sus entumecidas conciencias algunas dudas acerca de la oportunidad y la conveniencia de respetar una fecha que, pese a ellos, ha de seguir durante mucho tiempo marcada por el dolor, la indignación y la sospecha. No hay que ser excesivamente malpensado para ver detrás de esta acción uno de tantos intentos para enterrar los sentimientos y el coraje que suscita ese terrible atentado, para convertirlo en caso cerrado, en materia de riguroso olvido, una estrategia que, no en vano, a sido seguida con ejemplar dedicación por los gobiernos de Zapatero, por el partido socialista y por toda esa izquierda vocinglera que solo parece sentir indignación cuando se juzga por prevaricación a un juez a quien tienen, ellos sabrán las razones, como uno de los suyos.
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A propósito del 11 M

Hoy, víspera del aniversario del atentado que ha causado más muertes en un solo día en la historia de Madrid, y tal vez de España, voy a tomar píe de un comentario que hace un lector anónimo. Éste es su texto:

Apreciado Jose Luis: suelo leerle tanto en su blog como en el Confidencial. Estoy de acuerdo con usted en la mayoría de lo que comenta, y supongo que es sano que no lo esté al 100%. En la lectura de sus artículos noto una una profunda melancolía y escepticismo, una especie de ¿para que narices estoy escribiendo esto si no va a cambiar nada? Muy distinto de sus primeros artículos. En eso coincidimos. Hoy le dejo este link de un artículo de Gabriel Albiac en ABC sobre el 11M que me ha llegado al corazón.

Hay algo que no acabo de entender en su trayectoria y es el no querer entrar a tratar temas como éste [Se refiere, obviamente al 11 M]. Supongo que ni Pedro J, ni FJL serán personas con las que coincida en muchos puntos de vista, y le desagrada cómo han polarizado el tema. Pero me parece que sus razonamientos tienen un fondo de verdad, de una profunda verdad, que está muy alejada de historias conspiranoicas. Yo que quiere que le diga, pero si me preguntan refiriéndose a España ¿cuando se jodió el Perú? si podré dar una fecha, el 11M del 2004. O quizá debería de decir del 11 al 14 Marzo del 2004. La reflexión es ¿cómo un pueblo ha podido ser tan cobarde? (y no refiero a usted), sinceramente desde el vivan las caenas no recordaba algo tan infame. Y la forma en que nos hemos regodeado en nuestra cobardía tiene mucho que ver con los males que ahora nos aquejan. Porque esa cobardía está tan interiorizada que es la que impide que cambiemos el rumbo. Tan interiorizada que es la que ha copiado Rajoy para llegar al poder, en la idea de que mirarnos al espejo debe de ser tan duro que  podemos romper el espejo de un puñetazo (o sea no votarle a él). Pase lo que pase en el Confi, yo le seguiré leyendo. 
Afectuosamente.
Y lo que sigue es mi respuesta: 
Su texto es de los que animan a seguir escribiendo y, aunque creo que no necesito todavía esa ayuda, se lo agradezco mucho. No creo ser más pesimista que hace unos años, pero sí creo ser más consciente de las dificultades de todo orden que hay para vivir libremente, con valor y dignidad, algo que considero irrenunciable, y que me ha llevado a meterme en harinas poco rentables en muchísimas ocasiones, bueno y el amor a mi país, a esta España tan por hacer y tan deshecha que es mi patria.
El link del artículo de Albiac, viejo compañero, me ha encantado. Albiac es un gran escritor y un pensador de fuste, aunque no siempre esté conforme ni con lo que hace ni con lo que dice, ni ahora, ni cuando los dos éramos más jóvenes: yo era ya un liberal, aunque mal formado, y él era un fan de un pensador afortunadamente olvidado que tuvo la desgracia final de estrangular a su esposa.
Es verdad que no he hablado, casi nunca ni extensamente, del 11M, pero ello se debe a que tengo la sensación, quizás equivocada, de que muchos, o algunos,  de los adalides de esa cuestión han sido escasamente honestos, han jugado con las ganas de saber y de justicia de muchos de nosotros. Por esa razón, y porque no creía tener nada específico que aportar, no ha sido un tema que haya frecuentado; he preferido hablar de lo mismo desde otras perspectivas que se me antojan más útiles, menos histriónicas. Es más largo, pero creo que podrá entenderme. Por lo demás, me parece que aquello fue, entre otras cosas, todas horribles, un golpe de estado muy bien planeado, y tengo mis sospechas vehementes de quién y porqué lo hizo, pero me abstendré de jugar con ellas mientras no tenga una certeza, porque no creo que convenga ni fabricar ni aventar argumentos a la orden de nuestros deseos. 
Creo, además, que las responsabilidades políticas de lo que pasó luego están bastante repartidas, lo que no niega, desde luego, que una buena parte del pueblo español actuase de una manera muy cobarde, con la mansedumbre que le es habitual. 
Apoyaré siempre a cualquiera que trate de iluminar aquello, pero me han resultado repugnantes las rentas que algunos han obtenido a costa de la ignorancia y la buena fe de tantos españoles deseosos de acercarse a la verdad. Han hecho mucho mal, su actuación ha sido tan grave, o más, que la de quienes destruyeron los trenes, por hacer una comparación sencilla. Lo puedo decir porque pregunté repetidamente a gente bien informada, de buena intención y, tan deseosa como yo de que las responsabilidades fueran a recaer en quienes me sospecho las tienen, y me dijeron que la mayor parte de lo que se vendía como si fuera buena información era pura basura. La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero, aunque ya sabemos que los porqueros no acaban de estar conformes.
Lo de la verdad judicial, lo ha explicado muy bien Albiac, pero ese juez de cuyo nombre no querría tener que acordarme, estaba allí puesto por quien lo puso, y no quiero entrar en detalles. Los maños lo llaman «cagarse con la capa puesta». 
Los crímenes de estado suelen correr esa suerte, aquí y en los EEUU: los que lo planearon, lo sabían muy bien y se salieron con la suya, obviamente, al menos de momento.
Y, por cierto, a día de hoy, no se me ocurre algo mejor que votar a Rajoy en las elecciones generales, porque, desgraciadamente, no podemos obligar al mundo a ser como nos gustaría que fuese; sí podemos, sin embargo, seguir luchando para que se acerque a lo que vale la pena, y la derrota de socialistas y nacionalistas es mucho más importante que otras urgencias, lo que, como sabe muy bien, no me va a impedir meterme con Rajoy siempre que me parezca oportuno, y lo haré, precisamente, porque le voy a dar mi voto: creo que tal intención me legitima doblemente para criticarle siempre que  crea que lo merece, cosa frecuente, por cierto.