He leído el discurso de Mas. Es una pieza correcta y sería asumible si no diese en suponer que existe algo que no existe y que no existe algo que sí existe. Que Cataluña es, o ha sido, una nación desde el punto de vista cultural, no ofrece demasiadas dudas, ni tiene otro interés que el histórico; que Cataluña no ha sido nunca, ni es ahora, ni podrá ser nunca una nación en el sentido político es algo bastante obvio, aunque el futuro no esté nunca del todo escrito.
Que Mas crea que es fácil pasar de lo que no es a lo que es, sin violencia, sin olvidarse del estado de derecho, sin vulnerar la democracia y sin saber a dónde se va, no a Europa, desde luego, pues Mas sabe muy bien que fue esta advertencia europea y no la corrupción, lo que le quitó los votos que han ido al sector más radical y escasamente leído del nacionalismo, que Mas crea esto, digo, es sorprendente, pero parece cierto. Pues bien, Mas puede creer lo que quiera, estamos en un país libre, pero no puede hacer que el pueblo catalán constituya un sujeto político capaz de autodeterminarse, primero porque el único pueblo catalán realmente existente seguramente no querrá hacerlo, ni ahora ni en muchos años, y segundo porque no es la creencia sino el derecho efectivo el que rige las relaciones políticas. Yo no puedo, y Mas tampoco, presentarme con cien mil personas, por poner un número, ante, por ejemplo, el Banco Santander y decir nosotros creemos que este banco es nuestro, así que «váyase señor Botín». La diferencia esencial con el ejemplo, deliberadamente absurdo, es que, hasta ahora, el «señor Botín» ha estado haciendo como que no le importaba el banco y ese es un error que no se puede seguir cometiendo.