He leído en varios medios de la web que los mandamases del gobierno vasco han puesto de patitas en la calle a Juanjo Olaizola que era no solo el director sino el auténtico creador y alma mater, como se suele decir, del Museo Vasco del Ferrocarril. Yo, que no conozco personalmente a Olaizola, he puesto un emilio de protesta porque estoy convencido de que las protestas de mis hermanos, los aficionados al ferrocarril, son de buena ley, de modo que me habría unido, sin duda alguna, a la quedada que se organizó el miércoles en favor de su restitución en el cargo. Cuando aparece uno de esos raros ejemplares de enamorados del ferrocarril, y tiene la oportunidad de hacer algo por nuestro pasado ferroviario, enseguida surgen algunos listos que lo quieren quitar de en medio, porque, en España, desgraciadamente, los responsables de los ferrocarriles suelen sentir diversas especies de odio hacia los aficionados, seguramente porque éstos les hacen ver las tropelías ferroviarias e históricas que se cometen cada día con el dinero de todos. Es un drama que los gobiernos, y los partidos, se sientan señores de horca y cuchillo en todo lo que de alguna manera dependa de ellos. Olaizola es, sin duda alguna, el mejor en ese puesto, y quitarle de en medio es una cacicada que posiblemente surja de alguna desavenencia política, de algún amiguismo, o de la mera envidia. Tendríamos que acostumbrarnos a escoger a los mejores, como Olaizola, y abandonar la horrorosa y antiquísima costumbre de promocionar a los amigos, a los correligionarios. Así nos va. No lo sé, pero es posible que Olaizola no esté en la mejor sintonía posible con el nuevo gobierno vasco, aunque eso no debería de importar nada en un puesto como el del MVF; lo que importa es que Olaizola está en la mejor sintonía posible con sus obligaciones, con el ferrocarril y con su historia, pero es muy probable que todo eso les importe un cuerno a los satrapillas que quieren caciquear en el Museo.