No sé con certeza cuál de las dos razones sea la dominante en la voluntad de los diputados catalanes y catalanistas que han votado la prohibición de la tauromaquia en Cataluña. No sé el porcentaje de animalismo y el de antiespañolismo qué corresponde a la medida, pero cualquiera de las dos razones me produce repulsión.
Jamás he ido a una corrida, bueno, una vez, y medio obligado, he visto un par de toros, me parece; no me gustan los toros, pero me gustan mucho menos las prohibiciones, me molestan los que nos desprecian, y no me gusta nada, pero nada, la religión animalista que se está imponiendo por ahí. Es decir, aunque no considero que lo que a veces se llama la Fiesta Nacional sea el colmo de los colmos, me molesta que tiren piedras contra ella a ver si me dan a mí, aunque no sea de esa guerra.
El animalismo me parece una auténtica regresión, además de que sea, con gran frecuencia, una hipocresía. Sólo me puedo tomar en serio a los vegans, a los vegetarianos radicales, y, los que yo he conocido, son personajes un poco peculiares, por decirlo de manera breve, aunque no todos, pero, al menos, sus razones, aunque un tanto inasibles, no son contradictorias.
Creo que el movimiento de derechos de los animales es positivo en la medida en que promueva un respeto a nuestros hermanos, como los llamaba San Francisco, y una cierta veneración de la naturaleza, pero pasarse de ahí es puro antihumanismo, y, como digo, una peligrosa creencia sin demasiado fundamento.
No escribiré ni una línea de elogio de los toros, que no lo necesitan, y han tenido estupendos defensores; por nacimiento prefiero a las vacas, tan dulces y mansas, y que eran, cuando niño, como de la familia. Ni siquiera entonaré una elegía cultural que me parece fuera de lugar, aunque otros usen y abusen del género.
Creo que los catalanes deberían dedicarse a no tocar las narices al resto de los españoles, pero se ve que les va, y hay que reconocer que lo hacen bien; al fin y al cabo, no me molesta que prefieran al burro como símbolo y desdeñen el toro de Osborne, pero lo que no acabo de entender es que se quejen de que caen mal y, al tiempo, se dediquen a perseguir a los taxistas que sacan la bandera de España el día de la victoria sobre Holanda, o a mostrar su supuesta superioridad moral prohibiendo las corridas. Me parece que están haciendo grandes esfuerzos para que no haya otro remedio que tenerles por antipáticos, y bien que lo siento.