¿Fin del bipartidismo?

Siempre he pensado que el bipartidismo es algo más que un efecto del sisema electoral. De hecho existe el bipartidismo en los EEUU, en Inglaterra, en Francia y en Alemania, por citar países con sistemas electorales suficientemente diferentes. En España esa tendencia de los electores a formar dos grandes agrupaciones opuestas se ha visto fortalecida por un sistema electoral que prima bastante al partido con el mayor número de votos en cada circunscripción, y, aunque algo menos, también prima al segundo. Lo que ahora parece que podría pasar es que el primero y el segundo fuesen otros, o que hubiese, que es a lo que apunta la encuesta de ayer en El País, cuatro partidos con un resultado muy similar y, entonces, el poder discriminador del sistema podría dar una sorpresa.
La noticia, sin embargo, no sería esto, sino la inaudita incompetencia de los dos grandes partidos al dejarse arrebatar un privilegio discutible pero muy efectivo. Lo gracioso del caso es que sería precisamente ese privilegio sistémico lo que habría llevado a los grandes partidos a confundirse sobre los límites de su poder y los de sus obligaciones.
Ayer y anteayer tuve unas discusiones de sobremesa en torno al bipartidismo, sobre la muy extendida idea de que nuestro problema lo produce la ley electoral. Siempre suelo recordar que la ley acentúa, pero no impone el modelo, entre otras cosas porque son muchos los que siguen pensando que el sistema premia a los nacionalistas, idea errónea y grave equívoco político. Lo que premia a los nacionalistas es el absurdo cainismo de una izquierda, y de una derecha, dispuestas a pactar con quien haga falta, que suelen ser siempre los mismos, para evitar un acuerdo con el adversario al que previamente se demoniza. Lo curioso de este proceder es que luego, en el poder, salvo el breve paréntesis de Aznar y no en todo, la izquierda y la derecha interpretan la misma política, con muy ligeras variantes, sobre una partitura que es fruto del consenso socialdemócrata dominante, en Europa, Inglaterra incluida, y, cada vez más, en EEUU. 
Además hay bipartidismo en lugares con leyes electorales rotundamente distintas, como EEUU, Inglaterra, Alemania, Francia o España, de manera que el problema es un poco más complejo. De todas maneras está feo querer ganar los partidos amañando las reglas. La ley electoral española no está demasiado mal y cumple muy bien el cometido, esencial, de permitir gobiernos estables. Lo que está mal, rematadamente mal, es que los grandes partidos se hayan quedado con la democracia, la estén jibarizando de manera lamentable y nos tomen el pelo de forma tan desvergonzada, pero pueden hacerlo porque muchos españoles se limitan a ver la TV y a preguntarse sobre la vida y milagros de seres perfectamente inanes, mientras se olvidan de que no se puede vivir eternamente de la sopa boba, y, algún día, si no cambiamos, todos lo pagaremos muy caro.
En resumen, nadie obliga a los españoles a votar al PSOE o al PP, podrían darle la mayoría a otros y ojalá lo hagan. 

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