Lo de ir al cine se ha convertido en un deporte de alto riesgo, porque predomina una mediocridad capaz de matar la afición al más pintado. Creo que es una obligación dejar constancia de que hay algunas películas que escapan a esa ley de hierro. Una de ellas es, desde luego, la excelente El intercambio, de Clint Eastwood, pero la costumbre del viejo Clint de hacer muy buenas películas me ha impedido llamar la atención sobre ella, porque tampoco suelo perder tiempo avisando de que anochece pronto, si estamos en invierno. La última película de Sam Mendes sí merece una breve reflexión porque es de esas que te hacen rumiar el argumento, lo que, según decía Nietzsche, es una buena imagen del trabajo del pensador.
Cuando yo era joven, se hablaba, y mucho, del cine de tesis, supongo que para poner en valor las cosas de los franceses y así frente al cine con Marylin y cosas aún peores. Ahora nadie dice cosas de ese tipo, entre otras cosas porque el cine es muchísimo mejor para incitar que para convencer y porque, en la pantalla resultan penosos los discursos argumentativos. El buen cine, es abierto, dramático y triunfa cuando nos consigue interesar por cuestiones como ¿qué habría pasado si…? etc.
Sam Mendes es, desde luego, un magnífico director de cine. Obtuvo entre nosotros un gran éxito con American Beauty (que llevaba el sospechoso y mercantil cartel de película antiamericana) y que a mí, aparte del buen trabajo de Kevin Spacey, no me pareció para tanto. Esta Revolutionary Road es mucho mejor, una película realmente buena. Sam Mendes ha tenido la buena idea de juntar de nuevo a una pareja de actores con buena química, a su mujer, la excelente Kate Winslet, y a Leonardo di Caprio, que hicieron las delicias del gran público, sospecho que, sobre todo, femenino, en Titanic. Aquí vuelve a ponerlos cara a cara en otra historia de amor que también comienza con una mirada a través de la multitud y con Di Caprio seduciendo a una mujer deseosa de fantasías. Lo que sigue, no es, desde luego, una historia fácil, sino una durísima narración sobre la pérdida de las ilusiones, el vacío, el egoísmo, la crueldad, la locura y la soledad.
Sam Mendes retrata la historia con una frialdad dramática, con un montaje básicamente teatral, que pone a cada uno de los protagonistas al borde de su capacidad de resistencia. Winslet me parece mejor que Di Caprio, tal vez porque su papel es el central, el que retrata a un mayor número de personas y el que suscita más empatía, pero ambos dan vida a una página que se nos grabará en la memoria por mucho tiempo. La música de Thomas Newman (Cinderella Man, Erin Brocovich, La milla verde) sirve excepcionalmente bien para potenciar el desasosegante desarrollo de una historia que tiene que acabar mal. Que ustedes la disfruten.