Este Gobierno puede ser tildado de muchas cosas, por ejemplo de incoherencia, pero no de ignorar sus intereses, tema en el que ha sido, y amenaza con seguir siendo, enormemente coherente. El Gobierno de ZP no se confunde en este punto, y jamás cambiará, porque en ello le va la vida: lo primero es lo primero, ni un duro de menos para el gasto, que es sagrado porque de él depende su bienestar, sus aviones, sus mansiones, sus asesores, sus fincas, electorales y de otros tipos. En segundo lugar, el Gobierno tampoco olvida de qué fuentes obtiene su maná político, y las cuida con su entusiasmo habitual, no vaya a ser cosa de que pueda haber confusiones en medio de un ataque de ortodoxia económica.
Nadie se extrañe, pues, de que cuando los poderes responsables del euro han obligado a nuestro Gobierno a afrontar un ajuste en los gastos, la política del Gobierno consista en aumentar los impuestos, antes que en poner en riesgo su nivel de bienestar, o las subvenciones y gabelas con que mantiene la adhesión de unos votantes cautivos por el miedo y el interés.
El mismo personaje que proclamó que bajar impuestos es de izquierdas, acude ahora presuroso a palpar impúdicamente la faltriquera del respetable con el fin de aligerarle la carga ante la etapa de penurias que nos ha procurado. Ya sabemos que la lógica no es su fuerte, salvo cuando se trata de arrebatar a otros el fruto de su esfuerzo, un objetivo ante el que no pierde el tiempo con citas ni poemas.
ZP creyó que podría socializar la riqueza disparatando con la espléndida herencia de una economía saneada, pero visto que se le acabó el carbón, ha decidido socializar la pobreza, un objetivo que también le parece ahora muy de izquierdas, y esta vez acierta.
Subir impuestos está al alcance de cualquiera, hasta un Gobierno inepto e irresponsable puede hacerlo; para nuestra desgracia, lo que no está a su alcance es lograr que esa medida, además de ser arbitraria e injusta, no se convierta en un nuevo obstáculo para la recuperación económica, para que vuelva a haber empleo. Bajo el paraguas demagógico de “subir impuestos a los ricos”, el Gobierno, y sus secuaces autonómicos, se apresuran a ser generosos con el dinero ajeno, a seguir malgastando un dinero que se retira del mercado para alimentar las prebendas de gobernantes y subvencionados, del personal zángano en general. Una vez que han metido a fondo la mano en el bolsillo de pensionistas y funcionarios, como para dar la sensación de que se toman el ajuste en serio, nuestros socialistas se sienten libres para salir de caza disfrazados de bandidos justicieros. La partida se ha puesto en marcha en Cataluña, en Andalucía y en Extremadura y se anuncia en Baleares, pero eso será solo el aperitivo de la subida general del IRPF que este Gobierno se está planteando. Con la disculpa de recaudar más entre las rentas altas podrían llegar a porcentajes cercanos al 50% para los tramos superiores, esos en los que declaran los españoles más trabajadores y competentes, porque los verdaderamente ricos tienen unos asesores fiscales de eficacia legendaria. Dentro de unas semanas vamos a poder gozar de un nuevo IVA, y seguro que se ponen en marcha sucesivas contrarreformas en sucesiones y en lo que haga falta, porque, cuando se trata de lo suyo, este Gobierno es muy imaginativo. Como diría Pajín, ese dinero no es de nadie, y lo van a emplear en beneficio de todos, así que el que no se consuele es que es muy insolidario, muy torpe y muy de derechas.
[Editorial de La Gaceta]